Día 27. Manojo de nubes.


Día 27 de encierro. Viernes Santo. Por ahora no hay ni un alma en la calle. Ni siquiera he visto todavía hacer su ronda a la persona que vigila los edificios universitarios que están aquí cerca. A su compañero del turno de ayer a la tarde le dedicamos unos gritos de ánimo, y un buen rato de charla quienes están en las casas más próximas. El cielo está limpio, totalmente despejado, así que nos tocará otra jornada de luz y calor.

Manojo de nubes es lo que más o menos significa Dalbādal, el nombre que puso a este elefante su propietario. Muy poético y, de paso, nos invita a imaginar a esa inmensa mole como una tormenta que persigue a su mahout y va a terminar por atraparle, a pesar del esfuerzo que se da el pobre guía en correr. El propietario de nuestra nube, claro está, vería esto muy divertido, tanto que es un tema que parece repetirse bastante en los retratos de elefantes que pertenecían a los señores de la India de aquél entonces. Supongo también que se pretendía resaltar la virtud más característica del animal o alguna anécdota que lo hizo famoso. Esto es algo que a mí me recuerda mucho a aquellos otros retratos de bueyes y vacas casi rectangulares, que encargaban los terratenientes británicos del XIX como muestra de su próspero estatus social. Seguramente se inspiraron en casos como el de manojo de nubes que vieron en sus viajes a las colonias orientales.

El retrato de nuestro elefante pertenece a la escuela Mewar, una de las más importantes de pintura en miniatura de la India de los siglos XVII y XVIII. El nombre le viene por haberse desarrollado en el principado hindú de Mewār (Rājasthān), y se hizo muy popular por emplear en sus iluminaciones un color brillante simple y tener una fuerte componente emocional para los cánones de aquél entonces. Fue precisamente en la capital de aquel principado rajastaní, en Udaipur, donde una mano anónima dio luz a mediados del siglo XVIII, al bueno y alegre de Dalbādal.

Que tengan un buen día.

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