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Mostrando entradas de junio, 2020

quem pererro vagabundus

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La figura de la izquierda, la que parece marchar a la cabeza del grupo vistiendo sólo una capucha, repite como si se tratara de un mantra: “están muriéndose de calor, están muriéndose de calor” . Lejos de tomarlo en serio, debemos entender lo que cuenta como una ironía a la vista de que, además de esas palabras, de su boca sale una lengua viperina. Los dos jóvenes que conversan tras él nos lo aclaran. Están como toda la comitiva casi desnudos y exclaman: "¡Señor, nos morimos d e frío!" El que parece ser el padre marcha en medio del grupo y, tras escuchar lo que dicen los dos hijos que le preceden, les ordena que dejen de quejarse contestando: "Mirad a vuestro hermano pequeño, no se queja y sólo lleva una capucha" . Parece que el aludido, que monta a las espaldas de su progenitor, ha entendido que hablan de él y pronuncia unos sonidos típicos de los niños pequeños: "Wa we" . Los dos últimos también tienen algo que decir, y lo hacen dirigiéndose a su padre:

Desertores

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(Piedra de los desertores. Fototeca del Archivo Municipal de Irún) "Desde aquí la deserción tiene pena de vida" , dice el texto labrado en la llamada "Piedra de los desertores" de Erlaitz, Irún. Leí en su momento que lleva en ese mismo lugar desde mediados del siglo XVIII, y era un modo de advertir a quienes vigilaban la frontera que queda enfrente de lo que les esperaba si pensaban en salir corriendo y pasarse al otro lado del Bidasoa. Pio Baroja hablaba de este mojón y su siniestro mensaje en su "Caballero de Erlaiz" y quiero recordar que t ambién en alguno de los libros que dedica a Aviraneta. Hoy, como hago de vez en cuando desde hace ya muchos años, me acerco al lugar para aprovechar que esa joya sigue ahí después de casi tres siglos, paseo por los alrededores y echo un ojo a los montes que quedan al fondo, al otro lado de la frontera. Ahora uno no se juega la vida pasando más allá de la piedra de los desertores, pero no deja de parecerme una ironía

qui me depeint

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Ese verde que inunda la mayor parte de la ilustración que acompaña a este texto me parece tan confuso como fascinante. Es obra de un tal William de Brailes, un iluminador de manuscritos activo en la zona de Oxford allá por la primera mitad del siglo XIII, y muestra la cruda visión que tuvo su autor de las consecuencias del diluvio. Para acentuar el efecto, en el reverso de la página hay un texto manuscrito en francés antiguo que dice algo así: “Cuando el arca se detuvo, Noé mandó al cuervo para ver si hallaba tierra, pero habiéndola encontrado cubierta de cadáveres, se detuvo. Esto hizo que Noé lo maldijera y enviara en su lugar a la paloma, que trajo de vuelta una rama” Leído esto creo que merece la pena volver a la ilustración y echarle un ojo. Vemos cómo de lo alto, de ese cielo teñido de rojo, caen con toda violencia cinco grandes columnas de agua, que son posiblemente las que han inundado la tierra. Se supone que han pasado, al modo bíblico, cuarenta días y cuarenta noches, y el p

El silencio de Harpócrates

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(Silencio, ca. 1911. Óleo de Odilon Redon: 1840-1896. Museum of Modern Art, New York) Odilon Redon nos presenta a Harpócrates, el dios griego del silencio y el secreto, como si estuviera envuelto en un tenue pensamiento, o asomando por el otro lado de una pequeña ventana: lo vemos con dos dedos tapándose la boca en un gesto de significado inconfundible, mientras la otra mano toca el lóbulo de la oreja como acto que sugiere una escucha profunda. ¿De qué? Es de suponer que de ese mismo silencio, y de todos esos ruidos que corren por el interior de cada persona s in que normalmente sean atendidos. Es curioso, pero Harpócrates es la adaptación griega del niño Horus del antiguo Egipto, a quien vemos lo mismo reproduciendo el gesto de llamada al silencio, que alzado sobre un par de cocodrilos. Quizá es consciente del delicado equilibrio que le mantiene en pie sobre ellos, y pide no romperlo agitando el ánimo de aquellos animales. Se cuenta también que tanto su versión griega como latina fue