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Mostrando entradas de octubre, 2020

Cinéma de minuit

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  Portada de Film Quarterly, revista editada por la Universidad de California desde 1945, que viene dedicándose desde entonces, como no es difícil intuir, al cine, la televisión y los medios audiovisuales. Independientemente de las dificultades por las que ha tenido que pasar a lo largo de su historia, esta revista ha conseguido mantener una sólida coherencia con su línea editorial, comprometida con el análisis y el estudio de la creación cinematográfica más allá de las producciones hollywoodense. Esto le ha permitido tener unos textos muy cuidados, que se dedican a cuestiones muy diferentes a las que se acostumbran en otras publicaciones del sector, y unas portadas de factura muy sencilla pero de una excelente calidad. La que acompaña a este texto, que corresponde al número de otoño de 1972, está dedicada a la extraña e irreverente " Harold and Maude" , estrenada el año anterior. Recuerdo haberla visto hace ya un montón de años, casi tantos como los que tardaron su director,

Cualquier tiempo pasado...

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Es curioso, pero cuando hace exactamente cien años Ramón Gomez de la Serna decidió dedicar su Poliorama, columna que escribía para El Liberal, al día de difuntos, no tuvo mejor ocurrencia que hacer un vaticinio de lo que sería aquella misma jornada en el Madrid de 2020. Con la misma animación de esta noche, imaginó. Si él hubiera sabido...

La muerte del centauro

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Creo que fue en medio de la primera oleada de esta pandemia cuando conté algo de Robinet Testard y sus magníficas creaciones. Y no era la primera, pues este ilustrador renacentista da para mucho. Esta tarde, mientras ordenaba unas cosas, me he encontrado con esta otra joya que se conoce genéricamente como “La muerte del centauro” pero en la que nuestra atención va más allá de lo que el título parece pretender, especialmente cuando se descubre el origen de la iluminación. Habrá que empezar por decir que es una de las primeras obras, si no la primera, de Testard, y la podemos encontrar en el folio 41v. del “Horae ad usum Parisiensem”, llamado también Libro de Horas de Charles d'Angoulême. Según parece, el proceso de creación de los elementos gráficos de la obra tuvieron su origen en Anthoine Vérard, el impresor del de Angulema. Se sabe que a partir de 1484, Vérard empezó a trabajar sobre grabados prefabricados, algo que por otro lado era muy común entonces, limitándose a iluminarlos.

Abrigos y máscaras

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Este “joven con un abrigo al hombro” es quizá una de las obras más conocidas de Mohammad Yousef, ilustrador de la Persia safávida y alumno del gran Reza Abbasi. Ambos autores pertenecieron a lo que se llamó la escuela de Isfahan, que floreció en aquel reino en tiempos de Sah Abbas I (1571–1629). Con respecto a este último se cuenta, por cierto, tanto maestro como alumno debieron tener un agudo sentido de la diplomacia, además del evidente talento, pues el tal Abbas era un tirano paranoico, tan poco de fiar que derrocó y encarceló a su propio padre, asesinó o cegó a sus tres hijos, que sobrevivieron hasta la edad adulta, y cometió terribles masacres especialmente en Georgia. Yousef le sobrevivió, y continuó desarrollando una producción artística que le permitía sustentarse holgadamente, gracias a que sus creaciones continuaron siendo encargadas por las élites del reino, que las empleaban como obsequios o, simplemente, símbolo de estatus. Seguramente eran apreciadas porque veían en su ob

Una silla caída del cielo

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  El 16 de septiembre de 1804 cayó una silla desde el cielo. Tal como suena. Ocurrió en un pueblo de Normadía, en Francia, y uno de los testigos de aquel hecho milagroso, una joven pastora, pudo contar al señor cura y a todos los vecinos que se acercaron al lugar alarmados por sus gritos, que vieron con sus propios ojos cómo un objeto que había surgido de la nada, allá arriba en los cielos, cayó sobre un espeso zarzal. Veamos qué es lo que hay, debió decir el cura al barbero, que a la sazón era después de él la persona de más ciencia en aquél pueblo. Examinado el objeto, se confirmó que efectivamente era una silla, de eso no había duda, pero sorprendió notablemente que fuera de una hechura tan modesta, como las que se podían ver a la puerta de cualquier casa del pueblo. Y esta fue la razón que a lo largo de las semanas siguientes iba a dividir a la comarca entre quienes pensaban que ahí debía haber una mano ajena a la del altísimo, pues de venir del cielo la silla hubiera sido el mejor

Buscando raíces

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  Hoy me tocaba acercarme a mi pueblo. Llevaba desde el mes de noviembre pasado sin hacerlo y tenía mucho que contar allá. A la propietaria de la librería de viejo, curiosamente uno de los pocos locales comerciales del lugar, le he hablado de mi vuelta al mundo de los estudios, y de algún libro descatalogado que me sugieren para ello que estaría bien que tuviera. Van a abrir una panadería en la plaza, me dice, así que la próxima vez que vengas podremos charlar tomando un café. Perfecto, espero que aguante hasta mi vuelta. He pasado un buen rato frente a la portada de la basílica: por primera vez en mucho tiempo tengo una cámara que no es la del teléfono, y desahogo la frustración de todas mis visitas anteriores jugando con el zoom sobre las diferentes figuras que adornan el dintel, el de los santos epicenos. Si uno se fija, y no hace falta demasiado, verá que están montados como las piezas de un extraño puzle a base de los restos de imágenes de los antiguos edificios romanos que había

Omocha-e

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Los “Omocha-e” eran unas láminas de papel barato, muy populares en Japón durante los periodos Edo y Meijí, en las que se imprimían diferentes siluetas para que los niños las recortaran, pegaran, jugaran con ellas, y las tiraran a la basura una vez que se aburrían. Es quizá por esto, por el público al que estaba destinado, por su temática y por lo efímero de su existencia, que era considerado como un género menor frente al resto de ukiyo-e (estampas grabadas en madera). Basta recordar obras como las de Utamaru, representando a bellas damas y famosos actores kabuki, o los paisajes de Hiroshige, entre otras muchas, que gozaron de gran reputación y llegaron a trascender más allá de sus fronteras. Pero esas mismas cualidades de los “Omocha-e” han hecho que ahora sean tan raros y se hayan convertido en un valioso objeto de coleccionismo. También ha ocurrido que hay quien ha empezado a dedicar su tiempo al estudio de los ejemplares que quedan, a clasificarlos por géneros y autores. Gracias a

La mirada de la señora Rae Ehrlich

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Lo que está claro es que en ningún momento sabemos para cuándo hay que estar preparado. Si no, que se lo digan a la señora Ehrlich, que saltó a la posteridad sin necesidad de hacer algo demasiado especial. Ocurrió cuando fue fotografiada mientras explicaba a la policía cómo un grupo hanafí de pistoleros había roto, con la culata de su rifle, el cristal de la puerta de acceso a la sede de la asociación judía B'nai B'rith, en el centro de Washington. Este era uno de los tres edificios que aquel grupo ortodoxo musulmán, en una acción coordinada por su líder Hamaas Abdul Khaalis, asaltó el 9 de marzo de 1977 tomando más de 150 rehenes. Según se cuenta, varios cautivos de la B'nai B'rith fueron golpeados y apuñalados, y en las oficinas municipales del distrito de Columbia mataron a un reportero de la emisora WHUR y dispararon a otros tres cautivos. En medio de toda aquella confusión, los hanafíes prometieron más violencia si no se cumplían sus demandas. Así se lo comunicaron

El país de Cucaña

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“Esta montaña está hecha de queso rallado y en su cima hay una gran caldera que ha estado hirviendo desde siempre, y por todos lados se esparcen ravioles y macarrones que, girando en el queso fundido, componen de platos deliciosos que por mucho que se coma, nunca faltan”. Así podría traducirse, con cierta libertad, la descripción que se hace de lo que ocurre alrededor de la montaña de queso que hay en el mítico país de Cucaña, un lugar donde predomina la abundancia y el exceso; donde la pereza y la codicia, lejos de sufrir un castigo, son recompensadas. El grabado que acompaña al texto no es una excepción, recuerda a Pieter Brueghel el Viejo, por ejemplo, quien también trató el tema por esta misma época; o, mucho antes, a Boccaccio y la tercera novela de la jornada octava de su Decamerón, donde pone en boca de Elisa un diálogo entre Calandrino y Maso del Saggio: “Maso respondió que la mayoría se encontraban en Carnavalia, tierra de los vascos, en una comarca que se llamaba Biengoces, d