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Mostrando entradas de 2011

Comic 4 Xmas

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Aquella mañana, mientras descansábamos en una estación de servicio, entreteníamos nuestra atención en la fina e imperceptible lluvia que caía ahí fuera, al otro lado del cristal. La noche nos sale al camino. Ahora me entretengo con el paso de algún que otro vehículo, o con la luz de las farola que bordean estas solitarias carreteras. Dos pastillas y un café. La vesícula y el sopor. Recuerdo aquella mañana entre los viñedos de Lussac, en una encrucijada que casi de manera obsesiva he frecuentado durante varios días y en las horas más diversas. Recuerdo aquella cabeza de piedra que nos observa eterna desde su canecillo. Es portadora de una edificante lección: desde aquí arriba que os veo, esto es lo que me producís. El paso del tiempo. Y el delicioso pan nuestro de cada día. Recuerdo haber vuelto a la torre de Michel Eyquem de Montaigne, como si de una peregrinación se tratara, buscando una vez más, igual que entre sus páginas, un poco de distancia con todo lo que me es tan cercano. Esta

Al fin del mundo

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Los que seguís este y mis anteriores cuadernos sabéis de los fuertes lazos de afecto y proximidad que me unen a Ignacio P., persona de la que ya he hablado en alguna ocasión anterior. Se que no es amigo de estas cosas, y que según esté repasando estas líneas con mirada censora estará moviendo la cabeza de izquierda a derecha diciendo - !Noo, noo, noo!-,  pues le disgusta que saquen su nombre a la luz y hablen de él en términos laudatorios. Va a tener que aguantarse y seguir leyendo, o apagar el ordenador y ocultarse bajo las sábanas de su cama, pues quien esto escribe piensa hacer algo que él mismo hubiera hecho si no fuera tan retraído y enemigo de la pompa y el festín. Me refiero a hablar de su nuevo libro, segundo o tercero según se mire, que lleva el sugerente título de "Al fin del mundo" . Como viene siendo costumbre en su autor, esta obra no tiene absolutamente nada que ver con las anteriores: es quizá más fresca, espontánea, colorida y llena de vida. No se trata de nin

Desorientados

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Recordábamos hace un par de días en Potes, Cantabria, la costumbre que se tenía al construir los templos de alinearlos en un eje este-oeste, encarando las cabeceras hacia oriente, al punto donde nace el sol. De algo relacionado con esto se supone que procede la palabra “orientar”. Hay quien dice que lo de las referencias que tomaban los maestros canteros para formar el eje, se hacía conforme al punto por dónde salía el sol el día que se celebrara la fiesta del santo a quién se iba a dedicar el templo. Esto, pensamos, podría explicar las diferentes orientaciones de las cabeceras, pero dudamos que fuera cierto. Casi la misma conversación, conclusión incluída, la tuvimos en Portomarín, haciendo el Camino de Santiago, cuando nos encontramos con la “desorientada”  iglesia de San Nicolás. Recorrimos los muros exteriores de la parroquia de San Vicente de Potes en busca de algún canecillo, grafito, marca de cantero o cualquier otro tipo de labra que valiera la pena. Nada. Simplemente una viej

¿Dónde está mi vaca?

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Debía a mi compadre Anarkasis una entrada con este título, pues si en un principio era el que tenía pensado poner al cuaderno, los pudores de quien escribe hicieron que quedara como ahora se ve, dejando lo de la vaca en una anécdota que esbocé en la casa de mi amigo hace unas semanas. ¿Dónde está mi vaca? Es lo que pensaba mientras bajaba corriendo bajo un aguacero veraniego la cuesta de Camembert en busca de mi coche, que había dejado aparcado a las afueras del pueblo. ¿Por qué?, es una historia muy larga, y si tienes la paciencia suficiente, sabrás de ella en las próximas líneas, aunque te advierto que es posible que al llegar al final pienses: - Para este viaje no eran necesarias semejantes alforjas. Es igual: tengo un poco de tiempo, así que allá voy. Habiendo pasado antes por Pont L’Eveque y Livarot, uno esperaba que Camembert fuera también un pueblo crecido, con sus calles, tiendas, parques y demás… Pero no fue así, mon ami : nada más lejos de la realidad. El burgo de Camembert n

Salto al vacío

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De vez en cuando, como entretenimiento para llenar esos tiempos vacíos en los que las ganas apenas me dan para poco más que permanecer quieto frente a la pantalla del ordenador, buscando algo que haga perderse a mis pensamientos en la lejanía silenciosa de ese mundo, salto al vacío sobre un punto elegido mas o menos al azar y lo recorro de un lado a otro hasta que el interés me hace detenerme en un punto que distraiga mi atención. Estamos en Djibouti, al norte, en la costa del golfo de Aden y a la izquierda de una carretera a la que aquí se llama N-15. Es un terreno inhóspito, desertico en el que lo único que sobresale es lo que no hay en él: las sólidas y enormes nubes que lo sobrevuelan solitarias y silenciosas, dejando solo como testimonio de su paso una sombra que parece avanzar lentamente hacia el norte. No hay más. Por algún motivo recordé a Rimbaud y esa segunda vida que llevó tras su abandono de la poesía. Fue en Aden donde firmó algunas de sus cartas, recopiladas ahora en el

Empezamos de nuevo

Empezamos con un nuevo cuaderno, el cuarto si la memoria no me falla. En este momento, lo veo todo bastante desangelado, como una idea que no se a dónde me va a llevar. Quizá tenga algo que ver el hecho de que es mi primera experiencia con el wordpress después de tantos años en blogger. Tenía ganas de cambiar, de romper algunas amarras y sentirme libre de muchos de los condicionantes que han ido subiéndose a mis espaldas en los últimos años. Empezaré por acostumbrarme a mi nueva casa, a mi nuevo cuaderno y dedicaré los días que vienen a darle una forma. Se levanta el telón pues y veremos si esto queda en algo más que un monólogo.

E il naufragar m'è dolce in questo mare

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Recuerdo haber estado hace casi un año a la orilla de un imponente río cuyo caudal se desplazaba perezosamente hacia la lejanía. Terminaba el día y el sol comenzaba a ocultarse tras unas suaves colinas que asomaban al frente. Un delicado velo de tonos dorados cubría la superficie, acompañando con sus movimientos a los pasos de la brisa. En ocasiones, ambas se enredaban, formando minúsculos remolinos o salpicándose mutuamente. En esa ruptura –pensé- está la belleza. Por una lógica asociación de ideas, identifique en aquél momento a ese río con otro que era el protagonista del libro que me acompañaba: una apasionada historia del Blues, llena de vivencias y sonidos remotos. Pero aquél día, frente al Loira, me parecieron menos lejanos de lo que se pudiera esperar. Era, indudablemente, el estar en su lectura lo que me llevaba a perder mis pensamientos en estas afinidades. Pasado casi un año, todavía guardo en la memoria ese momento tan confortable. Y pienso, ahora que voy a cerrar este

Marie Solitude

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- Se llamaba “Le Mont Saint-Michel” y navegaba hacia América. No se a dónde exactamente, ni con quién iba yo. Sólo que la misma noche del naufragio me encontraron en la orilla norte de l’íle de la comtesse . - Te encontró el abuelo... - Sí, el abuelo… Fue la primera cara que ví cuando desperté de aquél extraño sueño. Me cogió entre sus brazos, y dirigiéndome unas palabras tranquilizadoras que entonces no entendía, me llevó a su casa junto a la abuela y mis hermanos. - ¿Y nadie pudo dar razón de la lengua que hablabas? - Nadie, ni siquiera el maestro… Marie colocó, como hacía todas las semanas, una postal en la orilla del mar, sujeta por una pequeña piedra para que no se la llevara el primer golpe de brisa. - ¿Entonces, mamá, no recuerdas nada de lo que hubo antes? - Nada. - ¿Ni siquiera una imagen, un sonido… algo? - De todo aquello creo que sólo conservo una sensación. - ¿Cuál? Las primeras aguas de la tarde rebasaron la orilla, volcando sobre sí misma aquella p

El sonido de la tierra tragada por los gusanos

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Leo en casa de unos amigos algo sobre los caminos, senderos y deseos que uno debe cruzar haciendo soledades para llegar a no se qué lugar... Lo mismo da. El destino, o el final si se quiere, no es lo que importa: más bien es lo que se quiere evitar, alargando marchas, y deteniéndose cada dos por tres en este o aquél ventorro para mitigar la sed, o hincar los dientes a alguna vianda de la que hace fama, o su honor, la tierra por la que se pasa. Pero bueno, que no puedo evitarlo: cada vez que suena en mis oídos la palabra camino, revive en mi memoria el sonido del barro seco hollado por el paso lento y silencioso del viajero. Cada uno tendrá su sonido en la memoria, pero el mío es éste y la convicción de que quizá sea esa sensación de viaje, de continuo vagar, la que nos hace sentirnos especialmente vivos. Recuerdo haber estado así de vivo hace muy pocos días. Era muy lejos de aquí, de donde ahora estoy, en un lugar donde no valen conexiones, ni coberturas: todo es silencio, y el esc

Una línea de luz

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Estoy intentando poner un poco de orden en unos papeles que hace tiempo abandoné con la esperanza de volver a ellos más adelante, cuando tuviera el ánimo recuperado y las ideas cambiadas. De ello me ocupo cuando siento que ahí fuera, por entre unos cielos cargados de nubes, asoma una fina línea de luz que rompe la monótona penumbra que me rodea, y entra directa por la ventana de mi casa. Ahí está: acariciando con sus extremidad uno de los juguetes favoritos de mi hijo. Quedo disfrutando del instante, incluso me da tiempo de hacer una fotografía, pensando a la vez en el claro significado que le daría a esto. Ahora continuaré con lo que estaba haciendo.

Beurre de Baratte. (Divagaciones)

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No se por qué. Siempre que leo ese encabezado que reza en las páginas del FaceBook aquello de ¿qué estás pensando?, parece que me siento como obligado a responder. Será esa maldita educación que recibió uno, basada en dar una explicación de todo lo que hace; o quizá se trate de aburrimiento, o de ganas de contar algo. Cualquier cosa. Pero bueno, puestos a responder, todavía no me hago a hacerlo por esas latitudes. No manejo bien aquél idioma, ni sus maneras y, en cierta forma, sigo prefiriendo además a este mi viejo cuaderno que ya con el tiempo, y la compañía de sus versiones anteriores, ha ido acumulando entre sus páginas -es un decir-, una estimable parte de los últimos años de mi vida. Vale, pero ¿en qué pensaba antes de comenzar a divagar?. Ahora pienso en un pedazo de pan tostado acompañado de una generosa porción de mantequilla bretona de baratte. ¿Bretona? ¿de baratte?. Sí a lo primero pues para mi gusto, y para el de muchos, es de las mejores que puede haber en una mesa.

Champ Dolent

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Existe en Bretaña un lugar de nombre evocador, llamado Champ Dolent . En él descansa desde hace siglos un gigantesco menhir que, según la leyenda, cayó del cielo para separar a dos hermanos que se enfrentaban en una sangrienta batalla. Así dice la leyenda. Desde entonces, y cada vez que alguien muere en aquél lugar, el menhir de Champ Dolent se hunde un poco más, de manera imperceptible, bajo la tierra. Dicen, porque parece que todo lo que se cuenta en aquél lugar gira en torno a aquella antigua roca, que en el momento en que ésta desaparezca totalmente bajo la tierra, habrá llegado el día del juicio final.

Un mal día lo tiene cualquiera

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¿Qué hay de ese mundo que buscábamos y con el que tantas veces hemos soñado? En él quedó algo de nosotros, cuando todavía éramos capaces de soñarlo llevados de la mano de la estulta esperanza. Quedó lo más puro. Aquello que nunca seremos.

Cicerón

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Hace algunos meses pasé por Onara, el pueblo de mis abuelos, en una de esas visitas que pretendo hacer de incógnito, pero que pronto terminan por ser de encuentro con tías, primos y conocidos lejanos, que veo de lustro en lustro, pero que son capaces de reconocerme rápidamente. Como siempre ocurre, y una vez que veo ya imposible el paso incognito por el lugar, entro en la taberna de Aurora, prima-tía lejana que siempre me recibe con una sonrisa en la boca y algo de comer preparándose en la cocina. No hay nadie ese día, tan sólo un cliente forastero que sale con su teléfono en la mano y un rollo de papeles en la otra. - Pasa para adentro -me dice Aurora- que tú eres de la familia y no vamos a andarnos con ceremonias ¿no? - ¡Claro que no, tía! Hay en esa cocina algo que resulta siempre muy especial para mí. Es un encuentro para la memoria, provocado por el olfato. Nada más y nada menos que por un olor característico, único, que me transporta a un lugar indet

Indomable

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- Cada vez se parece más a ti -dice su madre cuando ve que el pequeño intenta escalar todas las paredes que encuentra a su paso, asomarse curioso a los puentes, o lanzar la mirada a lo alto cuando la brisa mece los verdes campos. Y a uno le queda la sensación de que no recuerda haber tenido toda aquella energía. De que se encuentra más allá en el camino hacia aquél parecido que ahora tú has comenzado a recorrer. Feliz segundo cumpleaños, pequeño Iago.

Hago memoria

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Pamplona. Plaza del Castillo. Suena “Walk on the wild side” de Lou Reed en la megafonía de una de las casetas del mercado navideño. Es la mañana del eclipse. Un fresco fin de amanecer adorna el cielo acompañado de una pálida luz azulada, que parece querer rebotar en las baldosas del suelo, enhebrandose por entre el verde y marrón de los árboles que me rodean. Sentado en un banco, interrumpo una lectura acerca de Alonso de Salazar y Frías para tomar estas notas. ¿Te acuerdas de mí? -. Ayer recibí un sms con esa pregunta acompañada de la fotografía de una talla en madera de un monaguillo postulante. Como no. Claro que me acuerdo, amigo Josan. A pesar del tiempo pasado, no me ha costado nada volver allá y recuperar ese recuerdo con todo el color, sabor y textura con el que fue depositado en mi memoria. Bastaba con una imagen, o unas pocas palabras, para revivir aquellos primeros años de lo que entonces llamábamos la EGB. Eran tiempos aquellos de misa y confesión semanal –y todos los