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Mostrando entradas de mayo, 2020

La única revista que no tiene nada que decir

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Sin esperarlo, recibo un ejemplar de Le Petit Silence Illustré, una curiosísima publicación de la que dicen -subrayo el “dicen” -, que es uno de los más directos antepasados de los fanzines, y la precursora de la conocida revista satírica Hara-Kiri. Cuentan también que esta última se inspiró en “Le Petit Silence” , entre otras cosas para crear el lema con el que se publicitó en sus primeros años: “Si vous ne pouvez pas l'acheter, volez-le” (Si no puedes comprarla, róbala). En e l potencial creativo del padre de aquella criatura, el periodista y escritor Jacques Sternberg, pesaba el bagaje existencial de aquellas generaciones que sufrieron el terrible aluvión de totalitarismos y guerras que ensombrecieron la primera mitad del siglo XX. A él y su familia, por ejemplo, les tocó abandonar su Bélgica natal huyendo del terror nazi al ser judíos, y refugiarse en España, donde fueron arrestados, devueltos a sus perseguidores y encerrados en un campo de concentración. Recuerdo todo esto cu

Bennett, ayuda de cámara de La Patti.

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La pasada noche estuve revisando las prodigiosas ilustraciones que puede encontrarse uno en la primera etapa de “La Vie parisienne”, revista francesa que, con el largo y elocuente subtítulo de “moeurs élégantes, choses du jour, fantaisies, voyages, théâtres, musique, modes…”, nombre tan extenso como la vida de la propia publicación, comenzó su andadura en 1863 y no se detuvo hasta 1970. El caso es que saltando de una a otra ilustración, encontré en el número del 23 de enero  de 1864 esta que acompaña al texto. Se refiere a la entonces famosísima soprano Adelina Patti, y me trajo a la memoria un curioso recorte de los que guardo en mi archivo referido precisamente a ella. En él se da una nota de color, y posiblemente también de fantasía exótica, a la vida itinerante que llevaba por aquél entonces la que terminó por ser uno de los prototipos de la diva de su tiempo. Lo cuenta La Época del 14 de abril de 1884 y dice así: «La Patti va a cantar en Lisboa la celebrada ópera de Bizet, Carmen,

El tablado de Barba Azul

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Cuenta Jean Paul Lacroix en “La Presse Indiscrète” (1967), que cuando el 21 de febrero de 1951 corrió por París la noticia de que aquella misma mañana acababa de fallecer en su apartamento de la rue Vaneau el escritor André Gide, el director de un periódico de la tarde pensó en enviar inmediatamente a un reportero que pudiera cubrir la noticia, y así ser ellos quienes la dieran con mayor detalle esa misma tarde. Como quien llevaba esos temas no estaba en ese momento en la redacción, echó mano del primero al que vio, casualmente un joven periodista que se encargaba de los sucesos. Una hora más tarde llamaba el reportero desde la rue Vaneau para dar el texto de la noticia a la redacción: - Sin interés: muerte natural. Por algún motivo, he recordado esta anécdota sobre la muerte, y lo que es natural y no natural, al encontrarme con este curioso grabado de George y Edward Dalziel, hábiles maestros grabadores en madera, los más célebres de la Inglaterra Victoriana. La imagen representa

Día 58 y final. Lo que fué.

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“El poder llegar de un lugar a otro depende ahora de mi portátil. Durante la cuarentena, todas las formas en las que interactúo con el mundo, ir al trabajo, a la tienda, relacionarme con amigos y familiares, se han comprimido en un espacio digital. Ir de lugar a otro depende ahora del teclado de mi portátil. Este mapa que muestro aquí es el de mi vida actual. Aunque es frustrante sentirse desconectado de mi entorno inmediato, un lado positivo es que estoy más conectando con mis familiares y amigos en el continente (y en todo el mundo)”  (Peter Gorman, Waikoloa, Hawai) El pasado mes de abril, la página de CityLab invitó a sus lectores a dibujar el mapa de su mundo tal y como lo viven o han vivido durante la época del coronavirus. Propone que se muestre cómo se transformó la realidad circundante de cada uno, si esto afectó a sus sentimientos, emociones o, en general, al modo el que viven y entiende su entorno. La respuesta ha sido enorme y ha llegado desde todas las partes del mundo en

Día 55. Un recuerdo: el paso del cometa.

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William Dyce , “Pegwell Bay, Kent – Un recuerdo del 5 de Octubre de 1858” Leo en El Heraldo de Madrid de 17 de mayo de 1910: “En Chinchilla se ha suicidado, ahorcándose de una encina, un niño de once años. Se asegura que el motivo fue el temor a los efectos del cometa de Halley, el que, según los padres del niño, destruiría el mundo” Las consecuencias del paso de los cometas han sido consideradas tradicionalmente como nefastas: con ellos ha de llegar la guerra, el hambre, la peste o cualquier otro castigo que la divinidad tenga la ocurrencia de lan zar contra la humanidad en castigo por sus pecados. Esto es lo que, por ejemplo, podemos encontrar que nos cuenta el Kometenbuch (El Libro de los Cometas) , una obra anónima escrita posiblemente en Flandes y publicada en 1587, que pretende recopilar las diferentes interpretaciones que se habían hecho del fenómeno desde la antigüedad. Pero el análisis lo hace tendiendo hacia el aspecto anecdótico, que se refleja especialmente en las alrededor

Día 54. La luz de Oriente.

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“Los kirguises viven en bandas u hordas, y tienen la siguiente costumbre: cuando un sacerdote realiza una ceremonia religiosa, toma sangre, leche y estiércol animal, y los mezcla con tierra. Luego lo vierte todo en un recipiente y trepa con él a un árbol, y cuando la multitud se reúne, rocía a las personas con la mezcla resultante, y esta aspersión se considera divina y la veneran. Cuando uno de ellos muere, su cuerpo está colgado de un árbol" Este es uno de los varios textos  que acompañan a un mapa de 1562 que abarca desde el Golfo de Finlandia, Lituania y el Mar Negro, hasta el río Syr Darya y Tashkent, una de las ciudades más pobladas del corazón de Asia. Su autor fue Anthony Jenkinson, agente de la británica Compañía de Moscovia, que exploró toda aquella región en busca de una ruta comercial que, desde la capital rusa, llegara a Persia y China. La mayoría de los dibujos y citas que se encuentran en el mapa forman parte de lo que vio o escuchó durante su expedición, pero tambi

Día 53. Nongqawuse, Bernadette y otras especies milenaristas.

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Parece que caminamos hacia una nueva normalidad, a la que aseguran podremos llegar a medidos de junio. Hasta entonces nos entretendremos rompiendo poco a poco esa estricta rutina en la que habíamos vivido los dos últimos meses, saliendo por fin a la calle, volviendo a nuestras ocupaciones y empezando a evaluar por nosotros mismos los daños que ha provocado todo esto. En abril de 1856, Nongqawuse, una joven xhosa de 15 años, y su amiga Nombanda, que tendría entonces entre 8 y 10 años de edad, fueron a espantar a los pájaros de los cultivos de su tío en los campos próximos a su poblado según algunos, o a buscar agua al rio Gxarha según otros. El caso es que cuando regresó, Nongqawuse contó a su tío y tutor Mhlakaza, el místico de la tribu, que había conocido los espíritus de tres de sus antepasados, y le habían dicho que debían destruir sus cultivos y matar a su ganado, su única fuente de riqueza y alimentación, si querían que esos mismos entes destruyeran a los colonos europeos. Después

Día 48. El sombrero de Cornelius Conway Felton.

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Ayer nos explicaron por televisión las nuevas condiciones que hay para salir a la calle según la edad y el motivo de cada uno. Por si no lo tenía claro, unos amigos me mandaron por whatsapp una imagen en la que se detalla aquello a base de un código de barras y colores... El caso es que pensando en todo esto, me he acordado del curioso daguerrotipo de John Adams Whipple que acompaña a este texto, y que me parece de una maestría absoluta. Intentaré contextualizarlo un poco pa ra ver si soy capaz de transmitir lo que veo en él. La imagen es nada más y nada menos que de alrededor de 1850, y en ella se escenifican varias cosas que eran absolutamente inherentes a Cornelius Conway Felton (1807–1862), el retratado. Basta con observar su aspecto. No parece verse en él al director del Smithsonian Institution, ni a uno de los más reputados profesores de literatura griega de su país, o al presidente de la Universidad de Harvard, por lo menos según los cánones de apariencia que se usaban entonces.