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Mostrando entradas de febrero, 2019

Viens, poupoule…

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“Viens, poupoule…”, con todas las licencias que pueden permitirse a un traductor aficionado, es una expresión francesa que podría entenderse como “Ven pichoncito”, por no dar pié con una mayor textualidad a un juego de palabras bastante más lúbrico. Es también el título de una canción que disfrutó de un gran éxito en la Francia de principios del siglo XX. Con ella, el artista y cantante de variedades   Felix Mayol alcanzó la cumbre de su éxito, prolongando su popularidad más allá de aquél tiempo y sus circunstancias del París de los primeros años del siglo XX, hasta otras muy diferentes en las trincheras del norte de Francia durante la Primera Guerra Mundial. Quizá era que a los pobres poilus les recordaba aquellos tiempos de paz, y el evocarlos siquiera un instante en aquellos sórdidos agujeros no era poca cosa. Es más, les envalentonaba y animaba a cantarla a sus enemigos alemanes, como invitándoles a que intentaran acercarse a ellos… ¿Lo hicieron? ¿Saltó el enemigo al campo en r

Rira bien qui rira le dernier

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Hay algo en la escena de “El loco del pelo rojo” (Vicent Minelli, 1956), en la que un inspector de policía interroga a Gauguin acerca del tajo que se ha dado su compañero Van Gogh en la oreja, que siempre me ha obsesionado. Quizá es porque veo en ella una intencionalidad, un guiño, que no sé si es cosa mía o, simplemente, es así. Aún a riesgo de resultar extenso y pesado, paso a explicarme. En 1930 el escritor norteamericano Irving Stone se encuentra por Europa con su esposa disfrutando de uno de esos viajes de bodas que hacían por aquél entonces los más afortunados, dedicando meses enteros a recorrer los puntos más importantes de nuestro continente. Jean, su esposa y futura editora, le anima a que haga realidad su sueño de escribir un libro sobre un pintor todavía no demasiado apreciado, pero por el que sienten una especial devoción: Van Gogh. Incluso le da algo tan valioso como el título de la obra aún no escrita: lo llamarás Lust for Life… Teniendo un título como ese, lo demá

Chez Rosalie

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Chez Rosalie fue uno de los bistrots más populares del Montparnasse de las década de los años diez y veinte del siglo pasado. Los pintores y escritores de la época, así como los albañiles y obreros que trabajaban en las obras de construcción del barrio, eran atendidos con una familiaridad maternal por madame Rosalia Tobia, italiana de Frosinone, que había emigrado a París en busca de fortuna. El local, situado en la Rue Campagne Premiere nº 3, tenía suelos de mármol y mesas y sillas de fundición de hierro. Entre sus parroquianos, uno de los principales fue Amedeo Modigliani, que consideraba a Rosalie como a una madre. A ella le cambia sus dibujos por un plato de comida, obras que Rosalie colgaba en las paredes del baño y terminaban usándose como papel higiénico... Utrillo y otros muchos acudían también al abrigo de Rosalie, a cambiar comida por unos garabatos que en aquellos tiempos no tenían demasiado valor... Pero no era eso lo único que no se supo valorar. Lo que muchos no

A la eternidad en un caballo veloz

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Las representaciones de caballos son muy abundantes entre los mingqi (figurillas funerarias) que se encuentran en las antiguas tumbas chinas. Ya fuera para modelar a estos animales en libertad, típico de la era Han, o representarlos como los seres domésticos y adornados del período Wei o la era Tang, los ceramistas chinos de entonces prestaban mucha atención a representar con la mayor fidelidad posible sus diferentes poses, razas y ex presiones.  Este gusto por los detalles típicos de cada época facilita su datación, para lo cual ayuda también distinguir entre los caballos mongoles, poderosos y de patas cortas, apreciados en el periodo de los Tres Reinos y las Seis Dinastías (220-581); o los caballos estilizados, como el representado en la imagen que acompaña a este texto, importados de Ferghâna, y tan apreciados durante la era Tang (618-907).

El juez Bean y Jersey Lily

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Fotografia del Jersey Lilly en Langtry, Texas, el único juzgado de paz a esas alturas del oeste del rio Pecos. La imagen, tomada hacia 1900, muestra a Roy Bean juzgando a un ladrón de caballos, mientras unos rangers los observan desde lejos y montados junto al caballo robado y otros dos cuatreros esperando su turno para ser juzgados. Dejadme que os cuente la historia de Roy Bean, un buscavidas sin escrúpulos, un tipo que fracasó en mil y una empresas, pero terminó por hacerse el amo y señor de un vasto territorio al oeste del rio Pecos. El viejo Roy robó, engañó, y vagó por muchos estados siguiendo la corrupta estela que dejaba tras de sí la construcción del ferrocarril antes de cumplir los cincuenta. Todo un pieza, si, pero cuando murió en Langtry el 16 de marzo de 1903, después de regresar de una terrible borrachera, de él sólo se recuerda que fue el juez más peculiar de todos los tiempos, y sobre todo por la historia de amor que protagonizó y que ha llegado hasta nosotros no

Bartitsu

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El Bartitsu, según lo define la wikipedia, es un arte marcial mixto o sistema de defensa personal, desarrollado originariamente en Inglaterra a finales del siglo XIX y principios del XX. En 1901 fue inmortalizado (como "baritsu") por Arthur Conan Doyle, autor de Las aventuras de Sherlock Holmes. Según cuentan, todo comenzó con un inglés que viajó a Japón a mediados de la década de 1890 como ingeniero ferroviario, y quedó fascinado con la tradición de artes marciales del país , especialmente el jujitsu. El nombre del tal inglés era Edward William Barton-Wright, y en poco tiempo regresó a su país con su propia versión de lo que había visto: el Bartitsu. Barton-Wright mezcló artes marciales japonesas, con otros modos de lucha europeos como el boxeo y la esgrima. En esta mezcla, incluyó además estilos propios de las peleas callejeras de entonces, como el savate francés y el stick fight, que hacía uso de una vara, un bastón o un paraguas como arma de autodefensa. Cuando