El juez Bean y Jersey Lily
Dejadme que os cuente la historia
de Roy Bean, un buscavidas sin escrúpulos, un tipo que fracasó en mil y una
empresas, pero terminó por hacerse el amo y señor de un vasto territorio al
oeste del rio Pecos. El viejo Roy robó, engañó, y vagó por muchos estados siguiendo
la corrupta estela que dejaba tras de sí la construcción del ferrocarril antes
de cumplir los cincuenta. Todo un pieza, si, pero cuando murió en Langtry el 16
de marzo de 1903, después de regresar de una terrible borrachera, de él sólo se
recuerda que fue el juez más peculiar de todos los tiempos, y sobre todo por la
historia de amor que protagonizó y que ha llegado hasta nosotros no sólo a
través de la lectura, sino también de la mano de algunos de los clásicos más
conocidos de la historia del cine.
Cuentan que allá por el verano de 1882, con
más de cincuenta años a las espaldas, Roy apareció en Eagle's Nest, un pequeño
asentamiento al norte del Río Grande, donde sólo había apaches, rangers,
serpientes y un maldito sol de esos que termina con cualquier hombre que no
lleve consigo unos cuantos galones de agua y una buena montura. Roy Bean era el
mismísimo diablo, si, pero esto no lo hacía tonto. Así que tuvo la ocurrencia de
montar un salón que pronto alcanzó gran fama. No había otro lugar de reunión en
muchas millas a la redonda, así que no encontrando nada mejor para despachar
justicia con rapidez en aquél remoto lugar, los rangers propusieron a su dueño
que hiciera las veces de juez de paz y el salón de corte de justicia.
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Roy Bean, con barba blanca, ante su Jersey Lilly en sus últimos años. |
El nuevo juez no sabía una
palabra de leyes, pero ideó medios muy creativos para sacar el mayor beneficio
de todo aquello. Cuentan que una vez encontró muerto a un hombre que llevaba
una pistola y 40 dólares en el bolsillo, y decidió poner al difunto una multa
de esa misma cantidad por llevar un arma oculta.
El juez Bean celebraba sus
juicios con un revolver sobre la mesa, un libro de leyes y la compañía de un
enorme oso que, parece ser, tenía amaestrado. Junto a él, colocaba un retrato recortado
de una vieja y manoseada revista que había llegado a sus manos y en la que
podía verse a la actriz británica Lily Langtry, más conocida como Jersey Lily.
Conocida por todos en aquél remoto lugar, pues el juez había bautizado con su
nombre al salón y juzgado de paz que regentaba.
Hay quien cuenta que el retrato de
Emilie Charlotte Le Breton, que
era como realmente se llamaba la tal Jersey Lili, no era otro que
el que le hizo John Everett Millais,
aunque cuesta creer que una imagen así de recatada y victoriana fuera capaz de
conmover el duro y salvaje corazón de nuestro juez… ¿o sí? A quién desde luego
había llamado la atención dicho retrato fue al Rey Eduardo VII de Inglaterra, con
quién Lily tuvo un breve idilio que desembocó en el desastre y repudio por parte
de la alta sociedad británica que no veía con buenos ojos los lances amorosos
de una mujer que además estaba ya entonces casada –de ahí su apellido Langtry. Entonces
fue cuando la rescató Oscar Wilde y un
círculo de artistas, a los que le unía una estrecha amistad, enseñándole
a echar mano de su atractivo y su juventud para hacerse un nombre en el mundo
del espectáculo. Desde su debut londinense en 1881 con la obra ‘She Stoops to
Conquer’, en el Haymarket Theatre, no dejaron de sucederse los éxitos que la
llevaron a recorrer con sus funciones toda Inglaterra y EEUU.
Roy Bean aseguraba a los
parroquianos de su Jersey Lilly haberla conocido en un viaje que hizo a Nueva
York en 1896, pero eso era tan solo una fantasía del viejo juez. No era la
única: escribió cartas a Lily durante muchos años, e insistió en que ella
siempre le respondía aunque nadie vio jamás una prueba de ello.
Casi un año después del fallecimiento de Roy Bean, quiso la casualidad que Jersey Lily pasara por Langtry camino de San Francisco. Enterados los antiguos vecinos del juez, prepararon un recibimiento por todo lo alto, invitándola a conocer el lugar donde vivió el hombre que tanto la veneró. Se cuenta que la actriz británica aceptó amablemente el ofrecimiento y visitó la Jersey Lilly, el santuario que había construido en su honor. Disfrutó escuchando las historias que le contaron sobre aquél famoso juez, y muchos años después, en su autobiografía, dejó escrita la curiosa y admirable historia de juez Roy Bean.
Casi un año después del fallecimiento de Roy Bean, quiso la casualidad que Jersey Lily pasara por Langtry camino de San Francisco. Enterados los antiguos vecinos del juez, prepararon un recibimiento por todo lo alto, invitándola a conocer el lugar donde vivió el hombre que tanto la veneró. Se cuenta que la actriz británica aceptó amablemente el ofrecimiento y visitó la Jersey Lilly, el santuario que había construido en su honor. Disfrutó escuchando las historias que le contaron sobre aquél famoso juez, y muchos años después, en su autobiografía, dejó escrita la curiosa y admirable historia de juez Roy Bean.
Un relato de ingredientes tan peliculeros sólo podía ser real, al igual que un individuo de esa naturaleza sólo podía ser fruto de ese oeste de Huston, Wayne y las puertas abatibles del polvoriento saloon de un pueblo dejado hasta de la mano del diablo. Pero, sin duda, lo que remata el argumento es la dama en cuestión, devenida en figurín de teatro, posando sus piececitos en el antro de su admirador muerto. Eso si es una excelente puntada.
ResponderEliminarAl final, la ficción se nutre de retazos de realidad a los que -supuestamente- se les ha librado de las partes "menos interesantes". Para nosotros, a más de cien años de distancia de los hecho, la historia del juez Bean tiene fuerte regusto cinematográfico, especialmente en esa recreación que personificó Paul Newman a principios de los años de 1970. Pero también creo que tras de ella, hay una herencia que se remonta seguramente a viejas historias de la antigüedad clásica: al fin y al cabo, no dejan de suceder siempre las mismas cosas.
EliminarJimmy Palusso, jugador de poker internacional, (el que nunca dijo adiós en una despedida) estaba en su lecho de muerte, y solicito que le pusieran una baraja al alcance de su mano....
ResponderEliminarUn abrazo querido amigo. " P.epe el Timbas"(638081599)