El país de Cucaña


“Esta montaña está hecha de queso rallado y en su cima hay una gran caldera que ha estado hirviendo desde siempre, y por todos lados se esparcen ravioles y macarrones que, girando en el queso fundido, componen de platos deliciosos que por mucho que se coma, nunca faltan”.
Así podría traducirse, con cierta libertad, la descripción que se hace de lo que ocurre alrededor de la montaña de queso que hay en el mítico país de Cucaña, un lugar donde predomina la abundancia y el exceso; donde la pereza y la codicia, lejos de sufrir un castigo, son recompensadas. El grabado que acompaña al texto no es una excepción, recuerda a Pieter Brueghel el Viejo, por ejemplo, quien también trató el tema por esta misma época; o, mucho antes, a Boccaccio y la tercera novela de la jornada octava de su Decamerón, donde pone en boca de Elisa un diálogo entre Calandrino y Maso del Saggio:
“Maso respondió que la mayoría se encontraban en Carnavalia, tierra de los vascos, en una comarca que se llamaba Biengoces, donde se atan las vides con longanizas y se consigue una oca por un ochavo, con un ansarón de propina; había allí una montaña toda de queso parmesano rallado, en lo alto de la cual había gente que no hacía sino ñoquis y raviolis, cocinándolos en caldo de capones…”.

Las piezas de caza que llueven del cielo y la ropa que crece en la tierra.

Las referencias son muchas, claro está, pues durante el siglo XVI, el país de Cucaña se convirtió en un tema muy popular en la literatura, artes visuales, el teatro y las celebraciones populares, especialmente en Italia. Algunas de ellas, paradójicamente, llegaron a cruzar los umbrales de la crueldad. Franco Valsecchi en “L'Italia nel Seicento e nel Settecento” cuenta que la nobleza napolitana, muy dada a divertirse a cuenta de la miseria del pueblo, decidió organizar todos los años una “fiesta de la cucaña”, a la que invitaban a los pobres de la ciudad a participar. Para ello mandaban construir una serie de escenarios a varios niveles con fondos pintados, en los que se representaban imágenes del jardín de las delicias. Cada uno de dichos escenarios estaba ampliamente amueblado con sillas y enormes mesas, en las que colocaban grandes montones de comida, bebida de todo tipo y fuentes de las que brotaba vino real. A una señal dada, la población hambrienta salía corriendo hacia ese escenario lleno de alimentos en medio del regocijo de los anfitriones, que los contemplaban desde las alturas, como quien observa una obra teatral. Cuenta Valsecchi que a menudo las carreras y luchas por los alimentos eran tan violentas que se producían cantidad de heridos e incluso muertos. En ocasiones, el juego se suspendió temporalmente, haciendo abandonar el escenario a los participantes por la fuerza, hasta que definitivamente fue prohibida por completo a finales del siglo XVI.

El mar de vino griego y los dulces y mazapanes que salen de la tierra.

Volviendo a la imagen que acompaña a este texto, su autor fue el grabador veneciano Niccolò Nelli (entre 1530 - 1585). En ella nos muestra no sólo la montaña de queso rallado de la que ya hemos hablado. Descubrimos además que hay un lugar donde se puede encontrar un mar de vino griego, o un campo que está lleno de alcachofas todo el año y otro donde las salchichas crecen en los árboles. Si se viaja a la parte superior izquierda del mapa, veremos que hay un lugar donde llueven del cielo piezas de caza, y crecen deliciosos mazapanes y pasteles a los lados de los caminos. Si uno está cansado, puede dormir entre sábanas de seda en el palacio en el centro de la imagen, y si a alguien se le ocurre trabajar, es enviado a prisión. Merece la pena recorrer los detalles del mapa para descubrir esta y otras muchas cosas más, a través de una versión ampliable al detalle de la que dejo un enlace en los comentarios.

El palacio al que se puede ir a descansar entre sábanas sedosas siempre que se desee.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Yva Richard

Un día como el de hoy

El regalo de las musas