Volando al amanecer
Dicen
que esta es la obra más popular de Hachijuissae Zeshin y estoy seguro
de que a estas alturas ya la conoces. Lo que hace diferente a cada una
de las versiones que circulan por ahí de este “Cuervos volando al
amanecer” de 1887 es, precisamente, uno de sus detalles más importantes:
el color del cielo. ¿Con qué tono de naranja la viste por primera vez?
Los que han estudiado esto, dicen que hubo bastantes variaciones en el
tratamiento del color, dependiendo, parece ser, de si eran ediciones
tempranas o póstumas. En realidad, no he tenido tiempo de comprobar
cuáles corresponden a cada momento, seguramente porque prefiero quedarme
con la idea de que las que muestran un fondo de sol más intenso y
naciente son las más tardías. En ellas, el autor, que comenzó a incluir
su edad junto a la firma después de cumplir los 60 años, pretendía
recrear el renacimiento del ciclo solar.
De cualquier modo, el tema de los tres cuervos que vuelan contra un cielo rojo debía tener cierta popularidad en la era Meiji. Dejando de lado nuestras referencias occidentales al bueno de Lug, en Japón los cuervos a menudo se asociaban al sol, y se creía que uno de ellos, con tres patas, vivía en él y eran sus huellas las que causaban las manchas solares. Lo que está presente en la imagen viene tras el conocido hábito de estas aves, cornejas realmente, de reunirse en grupos al final del día para pasar la noche y dormir en grupo, tras recorrer en ocasiones largas distancias hasta un punto de encuentro en las copas de los árboles, los techos de un edificio o en el suelo de un campo solitario para protegerse de los depredadores nocturnos. Al despuntar el sol, todos abandonan aquel lugar y bañados por la luz anaranjada del amanecer, vuelan libres a disfrutar de un nuevo día. Es un suponer que nosotros mismos buscamos en ocasiones esa misma sensación de desapego, de reinicio tras todos los miedos que nos han acompañado durante la oscuridad de la noche para volver a sentir la luz de la mañana. Esa que nos invita a alzar el vuelo y despedirnos por un tiempo de quienes nos han acompañado hasta entonces, quedando en el aire los mejores de los deseos y un profundo agradecimiento.
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