Día 35. ...todo irá bien, así que ánimo amigo. Soy le Bersagliere.


El tiempo libre de estos últimos días, en los que he superado ya el mes de reclusión, los he dedicado a ordenar una parte de mi biblioteca, acabar con una serie -Babilon/Berlin-, y empezar con otra -Bauhaus-, cocinar, ordenar la casa y mirar a la calle. He continuado también dando una vuelta a la obra de Robinet Testard, y aunque no he sido capaz de encontrar ninguna monografía, su retrato de Irene, la que según testimonio de Plinio el Viejo es una de las primeras grandes pintoras de la historia, me ha dado para entretenerme un buen rato revolviendo papeles y viejas fotos.


En la imagen que nos da de ella en el “De Mulieribus Claris” de Boccaccio que iluminó allá por los años 1488-1496, la veo más trazando el grafito de un retrato femenino en las paredes del templo de Eleusis, que pintándolo. Por lo menos, así invita a verlo ese velo que se agita en el aire a su espalda, dando la sensación de premura, de cierta preocupación por ser sorprendida grabando en la pared.


Lo de perseguir viejos grafitis en antiguas prisiones, castillos, palacios y otros lugares de paso, es una de mis mayores aficiones. De ahí que cuando me lo trajo a la memoria nuestra Irene, corriera a buscar los papeles y fotografías que he ido acumulando de todo ello para revisarlos. Recuerdo en especial el que conseguí encontrar, después de varios meses de espera, en el castillo de Cognac. Lo trazaron en 1758 dos individuos llamados Alexander Dunlap y George Freeman. Lo que tenía de interesante, casi de fetiche, es que ambos procedían de América del Norte, de un territorio disputado entre franceses e ingleses, y habían sido apresados por los indios Otawa cuando se retiraban del fuerte William Henry. Si han leído o visto “El último Mohicano”, sabrán de qué les hablo. El caso es que Dunlap y Freeman conservaron las vidas, pues sus captores decidieron venderlos a los franceses, quienes a su vez les hicieron cruzar el Atlántico para encerrarlos en la prisión que había en el castillo de Cognac. Y algo de eso es lo que se cuenta en el grafiti.


Inspirado por la Irene de Robinet, encontré también una copia digital del “Palimpsestes des Prisons” (1887), obra de Cesare Lombroso en la que recopila los grafitos que encontró escritos por los reclusos en los muros, barrotes e incluso restos de cerámica de diversas prisiones. Son un verdadero prodigio de textos en los que se mezclan la violencia, el ansia de venganza, la nostalgia, el arrepentimiento e incluso la burla o un aliento de esperanza:


“¡Ánimo! Estoy bien, lo digo yo, que no se qué es lo que va a pasar. Pero presiento que todo irá bien, así que ánimo amigo. Soy le Bersagliere”

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