Día 23. Drum!


Drum es una revista semanal sudafricana. Fundada allá por el año 1951, llego a ser durante su época dorada la más importante y casi exclusiva cronista de la vida política y social de la comunidad negra del país. Aquellos brillantes años se corresponden con el auge de Sophiatown, un suburbio de la ciudad más poblada de Sudáfrica, Johannesburgo, donde floreció el principal foco de la cultura alternativa negra del momento. En Sophiatown proliferaban las shebeens (tabernas ilegales), donde se reunían músicos de jazz negros, activistas antiapartheid y pandilleros que soñaban con imitar a los gangsters estadounidenses de las películas. A estos últimos se les llamaba tsotsis, y hablaban entre ellos una jerga llamada tsotsitaal, que pronto sería adoptada como marca diferencial por cantantes, escritores y todas las gentes que frecuentaban aquellos lugares. Entre ellos se encontraban los redactors de Drum, que merodeaban por ahí tras ese tipo de historias que conformaban la columna vertebral de la revista: las de crímenes, jazz, sexo (especialmente si era interracial) y deporte. Sabido todo esto, resulta curioso encontrarse con que uno de los elementos más sobresalientes de la revista, su aspecto gráfico, vino de la mano de Jurgen Schadeberg, un inmigrante alemán que también fue el fotógrafo principal de la revista.


Por cierto, que la primera portada que acompaña a este texto hace referencia a Regina Brooks, una mujer blanca, que en la década de los años de 1950 desafió las leyes de moralidad del régimen del apartheid, al enamorarse y vivir con un hombre negro. Regina fue juzgada y sentenciada a cumplir condena por este “delito”. Más tarde tuvo que luchar para ser reclasificada como mujer “coloured”, en un intento de asegurarse de que no fueran a quitarle a su hija.


Drum todavía se publica, pero no queda nada de lo que fue. Es algo muy diferente. He dedicado una buena parte de esta noche a descubrir la revista, pasearme por sus portadas y contenidos, especialmente los de la edad dorada, y aprender de paso sobre lo que ocurrió allá, en aquella Sophiatown que posteriormente fue demolida por el regimen. Tampoco he podido resistirme a escuchar algo de la música que me sugieren sus coloridas y vivaces portadas. ¿Resultado? Muy pocas horas de sueño, poquísimas, unas retinas llenas de luz y movimiento, y la reconfirmación de que el tiempo de encierro, si se administra debidamente, puede darnos para llegar más lejos de lo que se puede imaginar.

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