Desde Biarritz. Aquí no ocurre nada malo.


Jacques Henri Lartigue, Sala au rocher de la Vierges, Biarritz (1927)


En octubre de 1927, Wenceslao Fernández Florez envía desde Biarritz al ABC una crónica mundana, no exenta de cierta ironía, que ilustra con palabras lo que era la vida aparentemente apacible y ordenada en aquella aristocrática ciudad. Ese mismo año y en aquél mismo lugar, el magnífico fotógrafo Jacques Henri Lartigue plasma con esta imagen tan evocadora como significativa, lo que podría ser el complemento ideal a las palabras del escritor español: un hombre absorto ante el temporal que llega.


«No comprendo cómo pudo llegar a los periódicos españoles la noticia de que un veraneante, compatriota nuestro, fue agredido a la salida de un restaurante de Biarritz. Porque en Biarritz nunca es agredido nadie. Por los menos, las agresiones no son oficialmente reconocidas, y mucho menos divulgadas. En Biarritz todo está preparado para que jamás ocurra nada molesto, y cuándo inevitablemente sucede cualquier cosa desagradable, o se guarda silencio, o se acumulan sobre el hecho justificaciones y paliativos. Recuerdo que en los primeros días de Agosto, cuando se anunció la ejecución de Sacco y Vanzetti, una manifestación obrera, que se dirigía al viceconsulado norteamericano, fue detenida por los guardias, y, en unos momentos de confusión, sonaron tres disparos, y cayó muerto el caballo de un gendarme. No pudo ocultarse el incidente; pero al dar cuenta de él los diarios locales, no sólo aseguraron que los que habían disparado, aunque desconocidos, eran extranjeros, sino que pusieron gran interés en afirmar que el caballo había fallecido en el acto, sin sufrir absolutamente nada, con lo cual los sensibles potentados ingleses y los tiernos multimillonarios yanquis que veraneaban en Biarritz no se disgustaron demasiado.


»Vosotros podréis presentaros en la Comisaría, con la cabeza debajo del brazo, asegurando que os acaban de degollar. La Policía os pedirá primeramente vuestros papeles, después os conminará a probar que alguna vez tuvisteis cabeza, y que es precisamente la que mostráis entonces; luego insinuará su creencia de que estabais degollado ya al pasar la frontera. Por último, os despedirá con la afirmación de que en Biarritz no sucede nunca nada malo, y os amenazará con una multa si dejáis la cabeza tirada en la calle, en vez de depositarla en alguno de los cestos de alambre destinados a papeles, cajas de cerillas vacías y demás desperdicios. »


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