Los platos de Fragonard


La historia de este plato, que se vendió hace cosa de dos años por 75.000 dólares en una subasta de Sotheby’s, es seguramente conocida por todos. Pero en estos tiempos de encierros y oscuridades parece inevitable tener que acordarse de cosas así.

Hasta aquél 29 de octubre de 1793, en que fue detenido, el pintor y grabador francés Hubert Robert había dedicado lo más importante de su vida a pintar cuadros con temas muy del gusto de la “buena sociedad” de aquél entonces, con sus ruinas clásicas y paisajes: todos ellos inundados de aire, amplios cielos y una dorada luz. Es un suponer que esa proximidad con su aristocrática clientela, es la que hizo que aquel día que acabo de mencionar fuera arrestado por las autoridades de la convención, con la excusa de no haber renovado su tarjeta de ciudadano. El caso es que pasó unos meses encerrado en el convento parisino de Sainte-Pélagie, lugar que a pesar de su nombre llevaba más de siglo y medio acogiendo dentro de sus muros a "jóvenes arrepentidas", y después "mujeres y jóvenes libertinas", hasta que la revolución lo convirtió en prisión más o menos común. Hubert no paró mucho tiempo allá y a finales de enero de 1794, fue trasladado al seminario de Saint-Lazare, otro que llevaba tiempo sin ser tal, pues antes de convertirse en cárcel de la revolución había acogido una casa de leprosos.

"La distribución de la leche en la prisión de Saint-Lazare"

Temiendo que el encierro iba a ir para largo y con la idea de entretener sus pensamientos de todo lo que veía a su alrededor, decidió hacer lo que mejor sabía: pintar y dibujar. Y como los materiales escaseaban, decidió utilizar lo que tenía a mano: pedazos de papel, alguna pared, piedras y, sobre todo, los platos de loza en los que les servían la comida de la prisión. En ellos continuó con su afición por los paisajes, la mayor parte pintados de memoria o echando mano de la imaginación, que no es sino una variante de la anterior; muchas otras, quizá las más interesantes, representan escenas de vida en el encierro: desde la tarea diaria de distribuir leche a la población carcelaria, hasta recreaciones del autor trabajando en su celda, o escenas de los reclusos paseando por los pasillos de la prisión.
En el plato de la imagen, Hubert pintó un grupo de figuras en la Grotta di Posillipo en Nápoles. Seguramente trabajó en ella en algún momento de su encierro en el que estuvo repasando algunos de sus más cálidos recuerdos. En este caso el de los más de diez años que pasó en Italia, donde conoció al Abbé de Saint-Non, abad forzoso por su condición de segundón aristocrático, que dedicó su vida al arte, especialmente al grabado. Jean Honoré Fragonard, hizo un retrato suyo de pincelada briosa que se conserva actualmente en el Museo del Louvre. Fue precisamente con motivo del viaje que hicieron el abad forzoso y el futuro prisionero al sur de Italia, que el primero de ellos escribió su “Voyage pittoresque ou description des royaumes de Naples et de Sicilie.”, en el que habla de su visita a aquella gruta:
“Es una cueva inmensa y larga excavada en la roca por los romanos, de casi una milla de largo; sólo recibe luz desde ambos extremos, tanto que hay que encender las antorchas incluso para pasearlo a plena luz del día. Esta es la forma que tienes que hacer para ir a Pozzuoli desde Nápoles. A menudo, en el verano, uno se ve obligado a envolver la cabeza en un pañuelo, para no asfixiarse con el polvo fino que se levanta a cada paso”.

Dos platos más pintados por Hubert.

Seguramente, fueron los pasillos de aquél antiguo hospital de leprosos los que ayudaron a su memoria a recordar ese viaje que realizó en tiempos más luminosos y prometedores. Quizá por eso, la oscura y dramática iluminación que se respira en el ambiente de su pintura tenga un algo melancólico, como el de ese polvo fino que se levanta a cada paso y queda largo tiempo suspendido en el aire, dorado por la lejana luz que procede del fondo del pasillo.

Autorretrato en la celda de la prisión de Saint-Lazare.

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