Viaje a Micklegard

Micklegard era para los antiguos pueblos nórdicos “la ciudad grande”, algo que tenía que resultarles casi mítico, poblado de seres extraños, además de lejano. De aquella Micklegard o Miklagarðr volvían enriquecidos algunos de los que habían marchado a ella buscando fortuna, otros tantos lo hacían igual de miserables que cuando salieron de su tierra escandinava, y hubo muchos que no volvieron nunca, sin más, pues dejaron su vida en los caminos de ida o vuelta o, lo que era más frecuente, mientras servían al rey que habitaba en aquella ciudad, a decir de muchos la más rica y poderosa de la tierra.

Estos buscadores de fortuna llegaban a Grikkland (Grecia) y Micklegard, que eran los nombres por los que conocían al imperio bizantino y su capital Constantinopla, atravesando el Báltico y las tierras de lo que hoy son Rusia y Ucrania. Allá les llamaban Varegos y encontraban fácilmente un puesto en uno de los cuerpos de élite más apreciados y mejor pagados por el emperador que gobernaba desde la ciudad grande. La posibilidad de volver enriquecido y con una buena fama labrada entre los suyos tras unos años de ausencia era todo un incentivo para correr el riesgo de hacer ese viaje.

En aquella misma época, en algún momento entre 1030 y 1050, una mujer llamada Estrid mandó levantar dentro de sus propiedades a orillas del lago Vallentunasjön, al oeste de Estocolmo, una piedra labrada con una enorme serpiente que recuerda mucho al ouroboros, y en cuyo interior pueden leerse unos caracteres rúnicos que dicen:

“Ástríðr hizo levantar estas piedras en memoria de Östen, su marido, que fue a Jerusalén y conoció su fin en Grecia”

Piedra rúnica levantada por Astrid.

Por cierto que gracias a la cantidad de runas que se han encontrado en torno a aquél lago, se conoce con algún detalle el devenir de la familia de Astrid a lo largo de cuatro o cinco generaciones. De ella sabemos, por ejemplo, que vivió alrededor de 1020-1080 y que tras tener tres hijos y enviudar de Östen, volvió a casarse con un tal Ingvar con quien tuvo otros tres hijos antes de volver a enviudar. Pero esta es ya otra historia.

Entre el conjunto de piedras rúnicas que hay en Högby, al este del lago Vatern, hay una de casi tres metros y medio de alto erigida alrededor del siglo X en honor a los hijos de un tal Gulli. En ella se cuenta que lo de la aventura malograda en tierras bizantinas no fue la única desgracia que hubo en aquella familia:

“El buen granjero Gulle tuvo cinco hijos. Åsmund cayó ante él valientemente en la guerra. Assur fue asesinado en Grecia en el este. Halvdan fue asesinado Holmi. Kåre se convirtió (¿se refiere a que también murió?). Boi también está muerto. Torkel inscribió las runas"

Piedra rúnica de Högby.

Es de suponer que, para la mentalidad de la época, la muerte de un hijo en tales circunstancias era algo así como un honor que debía ser conocido tanto por las generaciones posteriores de aquella casa, como por cualquier viajero que pasara por sus inmediaciones. Esto podría explicar el motivo por el que se encuentran con cierta frecuencia en aquel lado del mundo piedras con noticias de familiares fallecidos en Grikkland y Micklegard.

Es evidente, por la frecuente presencia de cruces en la ornamentación, que la mayor parte de las piedras rúnicas que perduran pertenecen al periodo posterior a la cristianización. Según parece, así me lo contaron e incluso pude verlo, la nueva fe se encargó de eliminar cualquier vestigio del pasado pagano, y muchas de aquellas piedras terminaron adosadas a las paredes de una iglesia. No obstante, en las zonas más interiores, en torno a los lagos Vattern y Vanern por ejemplo, debieron tomarse algunas licencias. En el cementerio de la parroquia de Ledberg se conserva una magnífica piedra rúnica del siglo XI que supera los dos metros de altura y está tallada por todos sus lados. Las imágenes que vemos en ella se han interpretado a menudo como escenas tomadas de la mitología nórdica antigua en referencia al fin del mundo, el Ragnarök. Hay un hombre con casco que representa probablemente a Odin y un animal que lo muerde en el pie, que puede ser Fenrir. El barco que se representa en la otra cara podría ser Naglfar. Pero lo curioso es que al mismo tiempo hay una cruz cristiana tallada en el lado estrecho de la piedra. Esto hace suponer que las imágenes del Ragnarök podrían haberse utilizado para simbolizar algo más, probablemente el juicio final, o que simplemente querían contentar las exigencias de la nueva religión. La inscripción rúnica no está muy clara, pues comienza hablando de un tal Bise quien junto a Gunna, levantaron esta piedra en honor a su padre, terminando por enunciar tres palabras cuya interpretación ha debido de volver loco a más de un estudioso: Cardo, muérdago, ataúd.



Diferentes caras de la piedra rúnica de Ledberg.

De la misma época y muy parecida a esta en cuanto a temática es la piedra de Altuna, al oeste de Uppsala, en la que se representa a Thor en el barco del gigante Hymir utilizando como cebo una cabeza de buey para pescar a la serpiente de Midgard. Se trata de un tema tan frecuente en la iconografía nórdica que en su representación plástica trascendería a lo largo de los siglos hasta prácticamente hoy en día. La inscripción es también muy enigmática pues hace referencia a unos tales Holmfastr y Arnfastr que según dice “fueron quemados”.

Piedra rúnica de Altuna.

Pero quizá una de las más logradas y enigmáticas a la vez es la de Sparlosa al este del lago Vänem, pues incluso quienes saben de estas cosas no se ponen de acuerdo ni sobre su significado ni sobre su datación, algunos dicen que es precristiana -llegan a remontarse al siglo VIII-, y otros que posterior -en torno al frecuentado siglo XI-. El caso es que independientemente de todo esto, merece la pena disfrutar de esa piedra de casi dos metros de alto en la que encontramos entremezclados edificios, barcos, cazadores o guerreros a caballo tan llenos de movimiento que parece que casi podemos escuchar. Pero lo más sorprendente está al otro lado. Ahí encontramos dos extraños seres que podrían ser un león y una serpiente o ganso: están entrelazados o luchando trazados de tal modo que a mi me traía al recuerdo la obra de Keith Haring.



Piedra rúnica de Sparlosa.

Hace unas semanas contaba la historia de aquél dogo de Venecia que guardaba oculta una pistola en su libro de oraciones por si se diera el caso de tener que contar con la ayuda divina para salir de alguna dificultad. Conté también que fue él quien bombardeó Atenas haciendo saltar por los aires el techo hasta entonces intacto del Partenón. Creo recordar que también dije que aprovechó su victoria en aquella ciudad para llevarse algunos “recuerdos”. Lo que no dije entonces, porque tampoco venía a cuento, es que entre las cosas que cargó en sus barcos el tal Francesco Morosini, que así se llamaba el dogo, estaba la estatua de un imponente león que desde el 360 A.C. presidía la entrada del puerto del Pireo y que terminó por ser colocada custodiando la puerta del arsenal de Venecia. Durante mucho tiempo, nadie logró adivinar que eran aquellos extraños signos que alguien había labrado en su lomo hasta que el lingüista y runólogo sueco Erik Brate pudo interpretar hacia 1922 su significado: se trataba de un grafito grabado en la piedra en un estilo muy parecido al de las runas escandinavas que hacía mención precisamente al homenaje que algunos varegos brindaban a un amigo muerto en aquella lejana Grikkland. Dice algo como lo que sigue:

“La grabaron de manera diligente. En el puerto quedan estas runas labradas en memoria de Horsi, un buen guerrero. Los suecos pusimos esto en el león. Siguió su camino bien asesorado. Ganó oro en sus viajes. Los guerreros tallaron estas runas. Lo hicieron de forma ornamental. Æskell, Þorlæifr y otros, que viven en Roslagen. Ulfr y ... coloreado en memoria de Horsi, que ganó el oro en sus viajes”

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