Los aparecidos


Según se cuenta, la imagen que acompaña a este texto tiene que ver con una historia de supuestas apariciones, aunque no es necesario hacer muchas cábalas para llegar a la conclusión de que lo que ocurría en el castillo de Bicetre, al sur de París, era algo muy distinto. Pero el caso es que en los tiempos a los que me refiero, principios del siglo XVII, estaba en boca de todos los vecinos de la capital el rumor de que si uno se acercaba o pasaba por aquel lugar, iba a encontrarse inevitablemente con algún aparecido, por lo que era mejor no asomarse por allá. Quienes a pesar de todo lo hacían, contaron que desde las proximidades veían en su interior numerosos fuegos, escuchaban voces, gritos y risas que parecían venir de boca de unas siluetas que se movían entre sus ruinas. Los que además de acercarse le echaban valor y penetraban a su interior no regresaban nunca… Para los vecinos de la capital no había duda alguna de que aquello era cosa del más allá. La noticia llegó finalmente a oídos del rey, por aquél entonces Luis XIII, quién junto a estos informes recibía otros no menos alarmantes, referidos a aquél ruinoso lugar como refugio fijo de todo tipo de bandidos y malhechores que rondaban por los caminos que conducían a la capital. La decisión que tomó en consecuencia fue radical: ordenó demoler las ruinas y construir en el lugar un hospital donde se acogería a mendigos y vagabundos.

La demolición del fantasmal castillo cerró con un magnífico broche las legendarias historias que corrían de boca en boca en relación al lugar ¿Desaparecerían así los espíritus?  Bicetre fue aún más el tema de moda, del que el grande y el pequeño París quería saberlo todo. Esto hizo que alguien pensara en ello como un divertimento, como el tema para un espectáculo de éxito garantizado, y en marzo de 1632 se estrenó en París una imponente obra de música, recitación y ballet dedicada al castillo de Bicetre y a sus aparecidos. La representación se organizó como un gran espectáculo que tuvo lugar en tres puntos sucesivos de la ciudad: en el Louvre en presencia del rey, después en el Arsenal al que acudió en masa gran parte de la nobleza y gente principal, y por último en el ayuntamiento, hasta donde se acercó el pueblo de París. Según La Gazette de Renaudot, el número de espectadores en este último lugar sobrepasó las 4.000 personas, algo absolutamente inusual para la época, y que da la medida del increíble éxito que tuvo.


 Desgraciadamente, de aquella representación no nos ha quedado prácticamente ningún rastro. Sólo han sobrevivido una colección de magníficos diseños de vestuario realizados por Daniel Rabel. Entre ellos se encuentra el de quienes representaban a las apariciones, tal y como se ve en la ilustración que acompaña a este texto. Han sobrevivido también las mencionadas referencias que hace La Gazette, y algunos versos escritos por el joven Corneille, destinados al personaje que representa a la justicia y que repite una vez tras otra aquello de:

As-tu rien vu d’égal au château de Bissestre?

El hilo del que he tirado para conocer esta historia se lo debo al regalo de una muy querida amiga que hará cosa de un año tuvo el valor de abrir una librería de lance en Saint Bertrand de Comminges. En ella, los libros centuplican a los habitantes del pueblo varias veces. “Le temps des fantomes. Spectralites d’Ancien Régime, XVI-XVII siècle”, es el título del libro que puso en mis manos sabiendo que, aún sin creer en absoluto en las cosas sobrenaturales, son muchos los fantasmas acompañan nuestra marcha a lo largo de la vida. Para que puedas mirar a la cara de los tuyos sin miedo, me dijo.

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