Secretos del alma
Es difícil quedar indiferente
ante la mirada y el gesto de Hertha von
Walther en esta escena de “Secretos del alma”. Da tal salto de lo
plácido y angelical a lo demoniaco, que el espectador despierta en unas décimas
de segundo sitiéndose víctima de una de las más terribles pesadillas: la
realidad. Uno mismo.
De hecho, cuentan que fue precisamente
el estreno de esta película, lo que enfrentó por primera vez a la respetable
sociedad alemana de Weimar con sus sentimientos más reprimidos, con sus
ansiedades e impulsos más oscuros y ocultos. En ella muchos se vieron
reconociendo esa parte de su personalidad que ocultan incluso para sí mismos.
Este efecto, en cierto modo, estaba preparado, era premeditado e incluso
inducido, como ahora cuando alimentan nuestras expectativas con la promesa de que
vamos a sufrir, reír o emocionarnos viendo, leyendo o escuchando algo… El
gancho en este caso no fue otro que el de poner a Sigmund Freud como autor en
la sombra de la historia y lo que se cuenta en ella: el reflejo más o menos
fiel de uno de sus casos.
De la primera proyección
cinematográfica a la que asistió, que fue durante su estancia en EEUU en 1909, Freud
no tuvo un gran recuerdo. Como era habitual en muchos grandes de la cultura de
entonces, el asunto no le pareció mucho más que un espectáculo de feria. Puede
resultar razonable, dado que en muchos casos el cine era por entonces
literalmente eso, y para ese cometido se crearon muchas de aquellas primeras
producciones.
Así que cuando década y media
después Hans Neumann, un productor independiente por aquél entonces, redactó el
borrador de un film educativo en torno al psicoanálisis y quiso contar con el
respaldo de Freud, se encontró con su firme oposición. De hecho, no era el
primero que lo había intentado. Pocos años antes Samuel Goldwyn fracasó en la
misma pretensión, a pesar de que le había puesto cien mil dólares encima de la
mesa para que colaborase como asesor científico en la producción de una serie
de películas sobre los grandes amores de la historia.
Pero Neumann empleó otros
recursos diferentes al de una gran oferta económica. Contactó con Karl Abraham,
uno de los primeros discípulos de Freud, con el objeto de llegar a través de él
a su maestro. Abraham se entusiasmó con la posibilidad de que el psicoanálisis
se diera a conocer al gran público, e intentó convencer a Freud de que aceptara
entrar en el proyecto. En una carta fechada el 7 de junio de 1925, argumenta
que la propuesta no le gusta, pero que el cine es un fenómeno de nuestros
tiempos y la película se terminará realizando con o sin su autorización, de
modo que por razones tanto financieras como de control sobre lo que se va a
decir sobre el psicoanálisis sería preferible estar dentro. Le explica además
que la película planeada tendría una primera parte en la que se describirían
conceptos como la represión, el inconsciente y la angustia. En la segunda parte,
se presentaría un caso de neurosis y su curación mediante el psicoanálisis. A
los espectadores se les daría además un escrito claro y comprensible sobre el
psicoanálisis acompañando la exhibición del film.
El 9 de junio Freud contesta:
“El famoso proyecto me resulta
incómodo. Su argumento de que si no lo hacíamos nosotros, lo haría otro, al
principio parecía irrefutable. Entonces se me ocurrió la objeción de que lo que
pagaba esta gente era, al parecer, la autorización, pero ésta sólo la podemos
dar nosotros. Si quieren hacer algo salvaje porque nosotros nos neguemos, no
podremos impedirlo y no estaremos implicados. Tampoco podemos impedir que nadie
haga una película de este tipo sin ponerse de acuerdo con nosotros.
Una vez rebatido este
argumento, por lo menos se puede discutir sobre el asunto. Mi objeción
principal sigue siendo que no me parece posible representar nuestras
abstracciones de manera respetable con medios visuales. Y no vamos a autorizar
nada insípido. Mr. Goldwyn al menos era lo suficientemente prudente como
para limitarse a aquel aspecto de nuestra causa que soporta la representación
visual: el amor. El pequeño ejemplo que cita usted, la explicación de la
represión mediante mi símil en Worcester, parecería más ridículo que
instructivo. (…) explique a la empresa que yo no creo en la posibilidad de
producir nada bueno y útil, por lo que de momento no puedo dar mi autorización,
pero sí la daría a posteriori, cuando se nos demostrara esa posibilidad a usted
y a mí a través del programa presentado. No voy a negar que preferiría que mi
nombre no apareciera en todo esto.”
A pesar de ello, Abraham y Hans
Sachs, otro de los colaboradores de Freud, se mantienen en el proyecto de
Neumann, quien poco a poco va dándole forma y logrando nuevos apoyos, ahora en el
mundo del cine. La UFA –la productora de cine más importante en Alemania
durante la República de Weimar y el Tercer Reich – le proporciona un plantel de
actores de primer orden en la Alemania de aquella época –por ejemplo, Werner
Krauss, que había alcanzado fama internacional al encarnar al primer psiquiatra
del cine en El gabinete del Dr. Caligari-, y a la cabeza de todos ellos
coloca a Georg Wilhelm Pabst, uno de los grandes directores alemanes de los
años 20 y 30, junto a Fritz Lang y Friedrich Murnau.
¿A qué se debió tal generosidad por
parte de la UFA? Seguramente a una gran visión comercial y al hecho de que, a
cambio de todo este apoyo, Neumann iba a pagar un altísimo precio: el de
permitir a los guionistas de la productora que hicieran sobre su guion una
serie de “adaptaciones” para que éste fuera más accesible al público general.
El 24 de marzo de 1926 se estrena
en Berlín Secretos de un alma. Un film psicoanalítico. Abraham había
fallecido poco antes, el 25 de diciembre de 1925, y al colaborador que
sobrevivió, Sachs, Freud no perdonó nunca su participación en toda esta
historia. La crítica cinematográfica de la época recibió con entusiasmo la
película que ya se atribuía a Pabst y la UFA, dejando de lado a Neumann y más
allá de su empleo como gancho, a su originaria función pedagógica con respecto
al psicoanálisis… Como resultado, había nacido un gran éxito comercial y una de
las obras cumbre del cine mudo alemán.
Efectivamente, es difícil quedar impasible
ante la mirada burlona de Hertha von
Walther, observándonos desde el pasado en esas pesadillas
que pueblan los “Secretos del alma”.
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