Rufus

 

Si es cierto lo que parece, el tal Rufillus o Rufilo era un sacerdote un tanto orgulloso, que no desaprovechaba la oportunidad de incluir su autorretrato en los libros en los que trabajaba, en un tiempo en el que la modestia y el anonimato era la norma, pocas veces quebrantada, entre los copistas e iluminadores de los monasterios. Lo hacía, no sé si con maestría o descaro, seguramente con las dos y un poco de orgullo profesional, que le daba el valor suficiente para reivindicarse, después de un duro trabajo, como autor. En el llamado manuscrito de Cologny, por ejemplo, escribió su nombre en blanco sobre una imagen que lo representa, mientras que en el de Amiens lo encontramos justo encima de la letra decorativa.
 
Basándose en los orígenes de los dos manuscritos, los que los han estudiado sitúan a Rufilo en la abadía de Weissenau en el sur de Alemania, a finales del siglo XII. Solange Michon, que ha escrito un interesante artículo sobre todo esto, resalta los paralelismos iconográficos de ambas imágenes, que dejan pocas dudas sobre el hecho de que se trata de la misma persona, la representada en ambos documentos. Lo curioso es que en cada una de ellas se le muestra realizando dos actividades diferentes.
 
Por ejemplo, en el de Cologny (que acompaña a este texto), vemos a Rufilo rodeado de las herramientas que utilizaban los iluminadores medievales: en una mano, sostiene un cuenco lleno de pintura roja, y en la otra un pincel; detrás de él vemos unos cuernos de vaca llenos de todo tipo de pinturas, mientras que cerca hay un mortero para preparar pigmentos adicionales. Trabaja con su mano derecha apoyada en la izquierda para lograr mayor estabilidad, y esa mano, a su vez, está sostenida por un palo colocado en el suelo. Como si se tratara de un guiño o de un gesto de orgullo, Rufilo se representa mientras aplica pintura roja sobre la letra R, la inicial de su nombre, al comienzo del relato de la pasión de San Martín de Tours.
 
En el manuscrito de Amiens lo vemos de una manera diferente. En esta copia del Hexamerón de Ambrosio, está algo encogido dentro de una letra D inicial de color verde, cosa que parece romper con la supuesta relación lógica de la R del caso anterior. Tampoco se encuentra un especial significado en el hecho de que lo haga al comienzo del capítulo dedicado al tercer día de la Creación, el del momento en que la divinidad del Viejo Testamento va a generar las plantas y separar la tierra de las aguas. Lo llamativo en este caso es que lo vemos como copista, no como iluminador, acompañado de todo el utillaje del oficio: una hoja de pergamino, una caña y un cuchillo para sujetar dicho pergamino y cortar la punta de la pluma. A diferencia de su representación como iluminador en la que se sentaba en un banco, en esta lo vemos sobre una silla de escriba.
 
No sé si el bueno de Rufilo pensó en la posibilidad de que alguien viera confrontados en algún momento los dos autorretratos que se hizo. Quién sabe si incluso llegó a hacer alguno más que se ha perdido con el paso del tiempo. De hecho, hay identificado un tercero, en el códice de Bloomington, donde algunos creen verlo ya envejecido y mostrando al lector un libro abierto, pero no está del todo claro que sea él. Fuera o no nuestro monje de Weissenau, lo importante, como insinúa Solange Michon, es poner en valor el realismo con el que aparentemente se representó: tonsurado, con párpados pronunciados, unas marcadas líneas que recorren las mejillas para dar a su rostro una apariencia delgada y, sobre todo, el color de su cabello. El hecho de ser pelirrojo supuso seguramente el rasgo más característico de Rufilo, aquel que le diferenciaba de los demás, y por el que era identificado en una época en la que algo así le marcaba frente a los más supersticiosos. De hecho, se puede pensar que fue seguramente esta la razón por la que nuestro monje del pelo rojo tomó para sí mismo el nombre de Rufillus, derivado del latín rūfus, que significa "pelirrojo", quizá lo hizo con orgullo o es posible que su misma condición le diera el ánimo suficiente para rebelarse contra la costumbre y reivindicar su trabajo como algo propio.
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