Lo desconocido

 

Los griegos de la antigüedad clásica estaban separados de la India por el poderoso territorio persa. Por ello, antes de las conquistas de Alejandro la conocían, sobre todo, por las noticias de los mercaderes y numerosos helenos que habían servido como mercenarios y funcionarios en el imperio vecino. Heródoto tomó en el siglo V a.C. buena nota de lo que contaban todos ellos, y al describir la India lo hizo asegurando que no solo era uno de los lugares más poblados del mundo, sino también que el oro tan abundante en ella era obtenido de un modo muy particular:
 
Hay otros indios más al norte, alrededor de una ciudad llamada Kaspatyros, y en la tierra de Pactyica, y esos indios, en su modo de vivir, se parecen a los bactrianos. Éstas son las tribus indias más belicosas y las que van a buscar oro, pues en esa región hay un desierto de arena. En tal desierto mora una especie de hormiga de gran tamaño, mayor que un zorro, pero no tan grande como un perro. Algunos especímenes capturados allí se conservan en el palacio de los reyes persas. Esas criaturas, que tienen sus madrigueras bajo el suelo, extraen arena y la amontonan, al igual que nuestras hormigas hacen con tierra, y se parecen mucho a éstas en su forma. Las arenas poseen un rico contenido en oro, y eso es lo que buscan los indios cuando efectúan sus expediciones al desierto.
 
El relato de Heródoto causó tal impacto más allá de su tiempo que, en muchos bestiarios y narraciones de viajes medievales, como el del granuja John Mandeville, podemos encontrar hormigas gigantes, muchas veces con la apariencia de un perro, que acumulan oro y atacan violentamente a todo aquel que se aproxime a su tesoro, hasta llegar a comerse a los hombres y despedazarlos.
 
Las gigantescas hormigas de Heródoto o los violentos cangrejos que atacan a unos pobres náufragos portugueses en una isla del Índico en esta ilustración de Theodore de Bry para su «Collectiones peregrinatiorum in Indiam Orientalem et Indiam Occidentalem» (1590–1634), vienen a decirnos que lo extraño, sorprendente y amenazador son siempre cualidades que acostumbramos a atribuir a todo aquello que nos resulta desconocido o lejano.
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