Sobre lo ajeno

Leo en “El banquete humano: una historia cultural del canibalismo” de Luis Pancorbo:
«Los escitas llamaron la atención de Heródoto en más de un aspecto, pero siempre relacionado con acciones y costumbres de gran salvajismo. El historiador se entretiene describiendo costumbres funerarias. Hacían grandes matanzas de hombres, mujeres y caballos con motivo de los enterramientos de los señores principales, y eso fue algo en lo que coincidieron luego hunos y mongoles. Todavía se especula con la amplitud que pudo revestir el sacrificio funeral de Genghis Khan, y no sólo de caballos. Pero hablamos ahora de un Asia aún más remota en el tiempo y en los usos, hasta el límite de lo verosímil, que pinta Heródoto. Los pueblos de los que a veces habla pudieron ser reales, como los isedonios, si bien sus vecinos, los arimaspos, gentes de un solo ojo, vivían cerca de grifos que custodiaban mucho oro. Descartando, pues, a los arimaspos, los isedonios bien pudieron haber existido, y con costumbres no muy distintas de las que habrían tenido los escitas. Un punto de singularidad isedonio era que, cuando moría algún hombre importante, cortaban el cadáver y mezclaban su carne con la de numerosas reses que se sacrifican para la ocasión. <La cabeza del muerto, en cambio, después de pelada y bien limpia por dentro y por fuera, la cubren con láminas de oro, con lo que se convierte en objeto sagrado>»
Algunos siglos después de Heródoto, Mateo de Paris vuelve al ataque con las costumbre alimentarias de los pueblos de las estepas, centrándose en los mongoles o tártaros, como entonces se les llamaba para dejar clara su procedencia de aquél infierno que las deidades clásicas habían colocado más por debajo aún que el mismísimo Hades. En el folio 167r. de su Chronica Maiora (c. 1255), Mateo recrea los supuestos usos de estas hordas con los cadáveres de sus enemigos en una vívida y terrible ilustración que es la que acompaña al texto. Por cierto que es sólo una de las muchas con las que decora los márgenes de su manuscrito representando, además de a tártaros, a obispos, piratas, escudos heráldicos, reyes, escenas bélicas, acróbatas, elefantes, ballenas…
“Los nefastos tártaros o tattaros comiendo carne humana”, dice la leyenda de la izquierda, siguiendo con una referencia a sus monturas: “cuando los caballos feroces de los tártaros carecen de mejores pastos, se contentan con comer ramas y hojas de árboles, e incluso su corteza”. Es de suponer que la narración que hizo Mateo se alimenta de otras anteriores, o de lo que alguien le contó y, sobre todo, de la visión general que se tenía de lo ajeno y desconocido, de aquello que por no ser propio, debía tener en sí por obligación todas las marcas de lo maldito.

Otra escena de la "Chronica Maiora"

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