Tesoros e impostores

Rembrandt, "Parábola del tesoro escondido" c.1630

Es inevitable intentar imaginar qué hubiera pensado Carlos del Peral mientras se quitaba la vida en aquella celda en la que había sido recluido por “delitos de falsedad y estafa”, si hubiera sabido que 126 años después sería rescatado del olvido para verse mezclado en una extraña historia de atribuciones artísticas y tesoros ocultos en el norte de Italia. ¿Qué hubiera pensado? Posiblemente que todo esto le importaba un carajo, pues entre los presentes no hay más que curiosos y buscadores de diferentes fortunas. Nadie que supiera quién fue realmente él.

De Roma me traje la última ocasión que estuve por ahí un curioso libro titulado “Storie e segreti dal mercato dell’arte” de Simone Facchinetti, profesor de historia del arte moderno en la Universidad del Salento, la región que se encuentra en lo que llamamos el tacón de la bota italiana. En uno de sus capítulos hace referencia a su relación con los habitantes de la villa Bolis en Gorlago, perteneciente a la famosa dinastía de interpretes operísticos de ese mismo apellido, y herederos de parte del patrimonio documental de Roberto Longhi, el famoso historiador del arte. Simone explica que en cierta ocasión fue contratado por dicha familia para poner un poco de orden en su archivo, en especial en el apartado epistolar donde se encontraban mezcladas sin ningún orden cartas cruzadas entre Roberto Longhi o Luigi Bolis, el conocido tenor y propietario de aquella casa a fines del siglo XIX, con Bernard Berenson, Clemente Rebora, D'Annunzio y muchas otras personalidades de la cultura y la política de aquél entonces.

Entre las cartas que se apilaban en el archivo de aquella villa, Simone dio con una fechada en 1893 que se dirigía a su propietario, Luigi Bolis, por aquél entonces un reconocido tenor retirado de la escena, alcalde de Gorlago y uno de los hombres más ricos de la región. El remitente decía ser un tal Isidoro del Peral, Capitán tesorero de un Regimiento de Caballería del ejército español, que se encontraba en aquellos momentos recluido en la celda número 120 de la prisión de Montjuic. ¿El motivo? En la carta se cuenta que desde hacía ya tiempo el capitán se había comprometido con la causa republicana, lo cual le había llevado a trabajar secretamente por ella, hasta que en cierto momento se hizo con toda la tesorería de su regimiento, y huyó al norte de Italia con la intención de comprar armas.

Es de suponer que a Luigi Bolis, mientras leía aquella carta, lo que se contaba en ella no se le hacía especialmente extraño, pues él mismo había viajado en alguna ocasión a España para actuar en Madrid y Barcelona, y eran evidentes los desórdenes, revueltas y consiguiente represión que se estaba sufriendo en el país. De hecho, aquél 1893 es considerado el año clave para el terrorismo español de la restauración: fue el de los atentados del Liceu y la Gran Via de Barcelona, este último con el objeto de asesinar al general Martinez Campos, así como del proceso de Montjuic. No cuesta suponer, por lo tanto, que al recibir una carta de uno de los presos de aquél penal, se le hiciera a Bolis especialmente llamativo.

En el escrito, el capitán-tesorero explicaba que intentando contactar con sus enlaces en el norte de Italia, supo por medio de confidentes que alguien lo había delatado e iba a ser detenido y extraditado a España, por lo que antes de huir “decidí ocultar este dinero, para lo que busqué un sitio escondido y solitario donde no hubiera peligro de ser descubierto. Allí lo enterré haciendo al mismo tiempo un plano topográfico exacto en el que se marcaban las medidas precisas para dar con el punto en el que había escondido los 600.000 francos”. Después regresó de incógnito a España, llegando hasta Toledo, donde fue detenido y trasladado a la prisión de Montjuic en Barcelona con otros muchos conspiradores.

Isidoro del Peral termina contando que en esos días un consejo de guerra le ha condenado a pasar 15 años en una prisión de Cuba, por lo que necesita dejar “ordenados” sus asuntos urgentemente. Es por eso, y aquí llegamos al motivo de la carta, por lo que proponía un acuerdo a Bolis que le reportaría un tercio del dinero escondido, y en el que le hablaba de que tenía una hija de unos 17 años que en aquél momento estaba interna en un colegio de Toledo. El acuerdo propuesto tenía tres cláusulas:

«1.- Mantener el máximo secreto sobre este asunto.

2.- Enviar a España a una persona de vuestra confianza o venir usted mismo para recoger a mi hija y a la dama que la acompaña que les entregará una maleta con un doble fondo en el que encontrarán el plano topográfico y todas las medidas e instrucciones necesarias para encontrar la cantidad que escondí sin ninguna dificultad.

3.- Tener en cuenta los gastos que va a requerir el traslado de mi hija y la mujer que le acompaña a su país.»

Hasta aquí llega la información con la que logró dar Simone Facchinetti. Según cuenta, preguntando por ella a los descendientes del destinatario de la carta, no pudo ir más allá del testimonio de que efectivamente siempre se había dicho en su casa que en algún lugar de aquella propiedad se escondía un tesoro. Pero nada más.

Durante esta semana, he estado buscando y rebuscando por archivos y prensa de la época y, sospechosamente, no he dado con una sola referencia a un hecho que por sus características y las de la persona implicada en él, debería haber dejado algún tipo de rastro, por mínimo que fuera.

Pensé en la posibilidad de que aquél “Isidoro del Peral” fuera algún tipo de alias o seudónimo, pero el resto de información que da por fuerza debía ser tal cual la cuenta -la hija en Toledo, el capitán de Regimiento de Caballería que huye con el dinero, su prisión en Montjuic-, pues en caso contrario el acuerdo que proponía en la carta no tenía ningún sentido… ¿O sí, pero la intención era otra? Además, ¿cómo había podido pasar por la censura de la prisión una carta con semejante contenido?

Descorazonado por el supuesto misterio, Simone Facchinetti hace referencia a uno de los episodios que narra Bram Stoker en su “Famosos Impostores” (1910), titulado “El tesoro escondido” y que, visto con perspectiva, nos estaba dando posiblemente con la solución al enigma. Dice así:

«Muchos habrán oído hablar del “timo del tesoro español” y, pese a ser menos elaborada que el original, de una variante del mismo sufrida por un mercader francés, que fue bastante “bonita”. Una mañana, alguien recibió una comunicación anónima por la que se le informaba de que había un tesoro enterrado en su jardín y que se le daría la posición exacta si consentía en compartir el botín. Se tragó el anzuelo al momento, se encontró con el generoso informador y enseguida la pareja se puso a trabajar alegremente con una pala y un pico. Por supuesto, sus esfuerzos no tardaron demasiado en verse recompensados con el descubrimiento de un cofre lleno de monedas de plata. El tesoro escondido resultó que contenía dieciséis mil piezas de cinco francos, y el encantado mercader, después de dividirlas en dos montones iguales, le ofreció uno de ellos a su socio como la parte que le correspondía. Aquel ilustre personaje, después de contemplar el montón un par de minutos, comentó que era una carga demasiado pesada para llevarla a la estación de trenes, y le dijo que preferiría, si se podía arreglar el asunto, disponer de la cantidad en oro o billetes. “¡Desde luego, desde luego!”, fue la respuesta. Los dos hombres subieron juntos a la casa y cerraron el trato para satisfacción mutua. Veinticuatro horas después, el mercader tenía una opinión muy distinta de la transacción, ya que descubrió después de examinarlas que no había ni una sola moneda de cinco francos auténtica en todo el lote.»
(Traducción de Albert Fuentes para la edición en castellano de “Famosos Impostores”, Editorial Melusina, 2009)

Esto podía explicar el mutismo de Luigi Bolis ante la propuesta que recibió. De algún modo estaba avisado de que posiblemente se trataba de un engaño. Es seguro que en especial por esa tercera clausula en la que se hablaba de un dinero en concepto de gastos por el traslado de la hija y su acompañante… Uno imagina que el remitente espera que, para evitar el tener que trasladarse él o alguien de su confianza a Toledo desde el norte de Italia, Bolis prefiriera enviar el dinero para cubrir los mencionados gastos… Visto así, es toda una versión decimonónica de los actuales timos que ahora se dan por correo electrónico.

Pero entonces, ¿no hay tesoro?

Según como se quiera ver.

Buscando en la prensa y entre documentación de la época, he podido saber algo de la vida en un lugar tan remoto y ajeno para mi como es Gorlago, he conocido en profundidad los hechos que convirtieron a 1893 en un año clave en el desarrollo del terrorismo anarquista en la España de la restauración, he revivido las andanzas de Paulino Pallás, recorrido las entrañas de las cárceles de Montjuic buscando al recluso de la celda 120, y me he encontrado con varias personas que respondían por aquellos años al apellido “del Peral”. Y entre ellos en especial a uno, un tal Carlos del Peral, el cual, según se relata en “El liberal” del 1 de junio de aquel año de 1893, aprovechó un descuido de los guardas que le trasladaban a la prisión militar de Valladolid para cumplir una pena de seis años, y “se infirió con un cortaplumas una ancha y profunda herida en el cuello” que le produjo la muerte.

Sin duda este cofre lo que escondía era un puñado de las más variadas historias.

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