En algún lugar de este jardín hay oculto un tesoro


Resulta curioso el modo en que muchas veces se entrelazan diversas historias, se repiten los hechos y terminan por llevarnos a un destino que para nada hubiéramos imaginado en un principio. Este es el pensamiento que se me pasó por la cabeza cuando empecé a interesarme en la obra de un autor renacentista presuntamente desconocido, y terminé preguntándome sobre la veracidad de una historia de un tesoro escondido por un republicano español del siglo XIX…

El 17 de noviembre de 2015, la casa florentina de subasta Pandolfini presentó a puja como segundo lote una tabla de 42,5 x 18,5 cm en la que se representaba un san Roque, y de la que únicamente se decía que se trataba de “Pintor lombardo-ligur de inicios del siglo XVI”. El precio de partida era de entre 5.000 y 7.000 euros. Hasta aquel momento no se tenían más noticias de aquella obra, pero a todo aquél que la ve le sorprende su factura: en especial el contraste entre el estilo moderno de la figura y ese fondo dorado que muestra reminiscencias totalmente arcaicas. Indudablemente se trataba de un autor muy particular, hábil para su arte. Por ejemplo, basta fijarse en el modo en que trata el suelo degradándolo en negro sobre oro hacia el fondo, creando la sensación de profundidad.

Así que no es de extrañar que la tabla, una vez que fue vendida por un precio que no he logrado averiguar, fuera puesta por su propietario en manos de un grupo de especialistas, con el objeto de que dieran una opinión sobre su posible autoría. El resultado de las averiguaciones que se llevaron a cabo no podían ser mejores: el nuevo propietario había hecho un buen negocio, pues esa tabla era parte de un políptico pintado por Carlo Braccesco (c. 1460 - 1501) para la iglesia de Sant Andrea de Levanto, en Liguria, Italia. En resumen, un artista con el valor de sus obras en alza. Los peritos encontraron la prueba definitiva en una vieja fotografía, prácticamente descolorida según cuentan, conservada en la Fundación Ragghianti en Lucca, en la que se reproduce el centro de un políptico de Braccesco que en aquel momento pertenecía al coleccionista británico Lord Aberconway. Ahí se veía perfectamente al san Roque que ahora tenían entre sus manos.

Al pobre Carlo Braccesco le ha costado siempre ser reconocido, de hecho en el siglo XIX era un autor totalmente desconocido, y fue a principios del XX cuando empezó a valorarse su obra de manera casi accidental, y en cierto modo muy parecida a la que llevó a devolverle el reconocimiento por su san Roque. Para ello hay que subir al escenario a Roberto Longhi, especialista en arte y, en el año de 1914 al que nos vamos a referir, alumno de segundo año de la “Scuola di perfezionamento in Storia dell’arte” de Adolfo Venturi. Casi nada. De hecho, era ya por entonces un aventajado alumno del gran Venturi, tanto que sus opiniones, juicios y atribuciones de autor a obras hasta entonces huérfanas, habían sido recibidas muy favorablemente.

En una visita que realizó en 1914 al museo del Louvre se encontró con una maravillosa anunciación cuya etiqueta decía únicamente "École du Nord de l'Italie, XV siècle " (dejo una imagen en los comentarios). La obra tenía tras de sí una extensa colección de atribuciones: primero fue asignada a Giusto d´Alemagna, luego a Ludovico Brea, etc…, pero siempre terminaba bajo la oscura paternidad de un “desconocido autor ligur”.

Enamorado de la obra, y en especial tanto del peculiarísimo gesto de la Virgen abrazada a la columna de su derecha como reacción a la sorpresa del ángel aparecido, como de los numerosísimos detalles que encierra y que no podían ser otra cosa que obra de un gran maestro, dedicó muchos años de su vida a dar con su autor. Al final lo encontró, tras pasar por una fase en la que se limitaba a llamarle “Maestro Raro”, en la persona de nuestro Carlo Braccesco, al que dedicó un libro en 1942 narrando el proceso que le llevó a reconocer su autoría para la anunciación del Louvre. Más de 60 años después, este mismo libro daría importantes pistas a los expertos que buscaban identificar al autor de la tabla que representa a san Roque.

Precisamente por los años en que se encontró con la anunciación de Braccesco, Roberto Longhi perdió a su padre, y decidió trasladar su residencia a Gorlago, a una imponente villa en la que residía su tía Delfina Battaglia. Allá cuenta que durante las tardes de primavera, mientras aprovechaban al aire libre los últimos rayos de sol, Roberto escuchaba decir a su tía:

“En algún lugar de este jardín hay oculto un tesoro”

Pero creo que ya me he extendido demasiado, y la historia del tesoro merece una anotación aparte, así que si encuentro el modo de contarlo y el tiempo suficiente, les diré porqué un exiliado español dio en ocultar un tesoro en los jardines de la villa familiar del redescubridor de Carlo Braccesco.


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