Lo que queda de aquello
Los últimos tramos de la
vía Appia Antica recorren su camino hacia Roma en línea recta. A ambos lados,
como si de la materialización del tiempo se tratara, encontramos lo mismo restos
de enterramientos de tiempos romanos, como silenciosos templos cargados de
tradición o viejas pizzerías hundidas en la espesura que ha crecido con el
abandono, y cuyos carteles anunciadores, a medio colgar del arco metálico, parecen
querer seguir dando la bienvenida, como lo hacían en tiempos pasados, a unos
clientes que ya no llegarán. De la via Apia tenía el recuerdo de mis primeras lecturas,
en las que me la presentaban como un lugar de paso de hombres y mujeres
calzados con unas complicada sandalias, mezclado con el posterior de aquella
película de Passolini –creo que era Mama Roma-, en la que estaba poblada de
putas que aguardaban entre las sombras de la noche la llegada de algún cliente.

Pero volvemos a la
atemporalidad absoluta de la Via Appia Antica. Es la tarde del 4 de noviembre. Por
el cielo se arrastran lentas y pesadas las nubes empujadas por un aire cada vez
más frío que parece querer anunciar lluvia. A un lado y otro de la vía no se
siente más que el silencio plácido y solemne de los cementerios. No es de
extrañar: algo más allá se encuentran las inmensas catacumbas de Calixto y San Sebastián,
y si se avanza en dirección a la vía Ardeatina, uno terminará por encontrarse
con las fosas del mismo nombre, en las que descansan los restos de unos infortunados
romanos que fueron elegidos al azar por los alemanes en las calles de la ciudad
para ser ejecutados en proporción de 10 por cada uno de los 32 soldados que
murieron en una acción de la resistencia el 23 de marzo de 1944.
Está claro que allí, en
el territorio de la vía Apia se va a morir o a estar muerto. O a, por lo menos
y en el mejor de los casos, sentir que
el tiempo es algo que no tiene ningún sentido. Aquél es un lugar en el que todo
lo pasado convive con serena naturalidad.
La entrada en Roma se hace
por la Porta de San Sebastiano. Dicen que es la mejor conservada de las que abren la muralla aurelina, construídas
a partir de finales del siglo III con el objeto de evitar algo que se iba a
convertir en costumbre durante mucho tiempo: las invasiones bárbaras. Allí merece
la pena detenerse un buen rato a revisar la enorme cantidad de grafitos que hay
grabados en sus paredes a lo largo de muchos siglos.
En ellas hay nombres tanto italianos
como extranjeros: pueden leerse los de Giuseppe Albani –repetido tres veces con
fechas distintas-, Agostino Gagliardi, Dubois, Robays, Alcuni,… Hay una indicación
incompleta –no se sabe porqué-, para llegar a la Basílica de San Juan de
Letrán, que dice: «DI QUA SI VA A S. GIO…», y una gran cantidad de fechas
sueltas: 1622, 1733, 1774, etc… Según me señaló mi amigo Alberto Rodriguez
Gorgal, un pozo de sabiduría sobre la ciudad, a quién tuve el placer de conocer
personalmente allá después de tantos años, muchas de ellas pueden ser obra de
peregrinos que entraban o salían a la ciudad por dicha puerta. De ahí que
abunden las cruces y todo tipo de signos religiosos.
Pero la más importante y llamativa
es quizás también una de las más antiguas, que representa a gran tamaño la
imagen del Arcángel San Gabriel sobre un dragón con una inscripción a su
izquierda que dice:

Que viene a querer decir algo así como:
“En el año del señor de 1327, en el mes de septiembre, penúltimo día, fiesta de San Miguel, gente extranjera entró en la ciudad y fué derrotada por el pueblo romano, siendo Jacopo de Ponziano caporione”
Me cuentan que lo de caporione (capite regionis) debería de traducirse realmente como jefe o cabeza de las milicias de cada uno de los 14 barrios (rioni) de la Roma papal, los cuales estaban sometidos al priore, que era el caporiore del rioni dei Monti. Supongo que esto es lo que sería el tal Ponziano.

San Gabriel vino en
algún momento a sustituir a Marte en el paisaje ideológico de aquellas gentes,
como lo hicieron las pizzerías a las huellas sacras y las catacumbas; o las
putas a las tumbas de libertos; y aquél silencio solemne al lamento de las víctimas
inocentes de la sádica sinrazón del terror nazi…
Y lo que queda de todo
aquello, es lo que uno puede encontrarse ahora cuando recorre en silencio la Via
Appia Antica.
Estás entrando (me parece) desde el aeropuerto de Ciampino, desde allí haces la via Apia hacia Roma.
ResponderEliminarKisss y Kissss
Un poco difícil de hacerlo con equipaje ¿no? Fuimos y volvimos andando desde donde nos alojamos, cerca de Termini, pasando por San Juan de Letrán y las termas de Caracalla, de ahí a la Porta de San Sebastiano, etc... que a andar ya sabe usted que no le tenemos ningún miedo. Saludos!
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