La Boule d'Or
En 1810 un rayo cayó sobre la
torre de la iglesia de Saint-Michel-des-Lions,
una de las más importantes de Limoges, provocando graves daños en el edificio y
el estupor entre la población. ¿Era aquello algún tipo de advertencia de
origen sobrenatural, dirigida al modo de vida no demasiado piadoso que llevaba
la burguesía provinciana de la capital de Lemosín? Quién sabe, pero por si
acaso, por si se trataba únicamente de un suceso natural, pensaron que una vez
finalizada la reparación de la torre colocarían en su punto más elevado un
pararrayos.
Hasta aquí todo fue más o menos
normal. Pero entonces entró en juego un tal M. Bristroff, capitán de
ingenieros del ejército francés que propuso que, en lugar de un pararrayos, se colocara
en la aguja de la iglesia una esfera de metal de 600 kg. y casi 2 m. de diámetro.
Esto, además de evitar el ataque de los rayos, vendría muy bien para "facilitar
las operaciones de triangulación y mediciones geodésicas”.
Es de suponer que tal propuesta
vendría acompañada de algún tipo de ofrecimiento económico con el que
subvencionar la reparación, pues no hay constancia de que se hiciera oposición
alguna, y el lunes 6 de septiembre 1824 era insertada en la aguja más
alta de la iglesia esa enorme esfera metálica. Precisamente ese mismo día fallecía
en París el rey Luis XVIII, víctima de una exagerada obesidad, gota y gangrena,
y fue motivo para que, desde ese mismo momento, cualquier hecho luctuoso que se afectara
a los honrados vecinos de Limoges, fuera susceptible de ser relacionado con el misterioso
influjo de aquella monstruosa bola que, como un ojo sobrenatural, parecía
vigilar toda la villa.
Pero con el tiempo, fueron
pasando las décadas, parece que los vecinos se iban acostumbrando a
la bola, incorporándola de tal manera a su propia identidad cultural, que ya
tenía hasta leyendas que la hacía referencia remontándose a tiempos anteriores
al de su colocación. Otros más pragmáticos, tiraron de su fama para tomar
prestado su nombre y bautizar con él a su negocio. El más famoso seguramente
fue el del hotel de la Boule d'Or, que
ya que no he podido confirmar documentalmente, diré únicamente que pudiera ser aquél
en que se alojaba Jean-Paul Sartre
en sus visitas a la región para encontrarse con Simone de Beauvoir, que pasaba sus
vacaciones de verano en el Château de la Grillère, propiedad de su tía.
Y esa costumbre a la que acabo de
aludir, incluía los temores que provocaba aquella bola al vecindario
las noches de tormenta, pues contaban que, al ser maciza, los fuertes vientos del
invierno hacían que la torre comenzara a pendular, poniendo en peligro tanto a
ese edificio como a los que estaban a su alrededor…
Algo habría de cierto en esa
amenaza, que a lo largo de la segunda década del siglo XX comenzó a correr por
el pueblo el rumor de que se iba a aplicar una solución. Fue entonces cuando en
la prensa local comenzó a tomar forma el debate que ya existía en la calle
entre boulophiles y boulophobes, llegando a tal punto que las autoridades y los miembros de la Société
Archéologique et Historique du Limousin, tuvieron que pedir su parecer al Ministerio
de Bellas Artes en París. El veredicto: se colocaría una nueva bola en
sustitución a la anterior que no fuera maciza, para no sufrir el empuje de los
vientos.
Y aquí es cuando, tras un largo
camino, llegamos al presente de la fotografía. El 10 de abril de 1914, la bola
de la iglesia de Saint-Michel-des-Lions,
fue bajada de su campanario para ser sustituida por una nueva. Un fotógrafo se presentó en el lugar para perpetuar el momento haciendo una instantánea. Estaba en la plaza de la iglesia, frente a un grupo de vecinos que observaban de cerca
la bola que había estado presente a lo largo de todas sus vidas, vigilando desde las alturas del campanario. Centró la imagen con la esfera metálica en
el centro, depositada sobre un bloque sólido. Estaba esperando a
ser trasladada al museo municipal. En torno a ella, el encuadre recoge a trece personas,
incluidos seis niños y el sacristán de la iglesia. Las miradas son, en general,
sobrias, duras, reflejo de lo que seguramente eran sus vidas. El mismo modo de
vestir de unos y otros parece el testimonio de los diferentes estátus que pueblan
la localidad. Nadie sonríe.
¿Y el fotógrafo? Su nombre era Jean-Baptiste
Boudeau, un tendero con aficiones fotográficas de la vecina
Saint-Priest-Taurion. El tal Boudeau acostumbraba a desplazarse en bicicleta
por Limoges, Ambazac, Saint-Léonard, Bessines, y cualquier localidad del
Limousin, con la intención de recopilar material para hacer postales, fotografías
de bodas, retratos a pedido, etc…. A día de hoy, su ingente producción fotográfica
da testimonio de la vida cotidiana en aquella región, en un mundo pasado y cambiante en el que la miseria solo puede comerse a la nostalgia.
en ingente producción fotográfica hay un enlace pero que muy recomendable,
ResponderEliminarNota redonda como una bola Charles
Kisss y Kissss
Y si tardo en responder a la única persona que pasa a dejar unas palabras, lo mismo se aburre y ya deja mi cuaderno en absoluta soledad... !Que cosas tiene el tiempo!
EliminarPues eso, que celebro que le guste y la ingente producción fotográfica haya sido de su gusto.
Salut et fraternité
Más que bola, bolón... Sus hechuras son dignas de formar parte de la imaginación de Verne, que seguramente, no se hubiera contentado con situarla en lo alto de la iglesia sino que hubiera ubicado dentro de la esfera un laboratorio secreto.
ResponderEliminarSin duda Verne hubiera adornado la historia con laboratorios secretos, aventuras sin fin y razones científico-filosóficas que hubieran terminado por hacer aparecerse al señor Nemo por algún lado...
EliminarBueno, me ha encantado el enlace último, ya lo tengo en favoritos. Ya sabes que me muevo en bicicleta muchas veces y me gusta la fotografía. Respecto a la bola, menos mal que no es una mina.
ResponderEliminarLo otro que me ha llamado la atención de la magnífica foto son los atuendos y la crudeza de las miradas en especial de la chica más a la izquierda. El señor de bombín de la izquierda y el que está delante de la bola esbozan miradas que parecen de simpatía. Una magnífica foto y mi agradecimiento por la historia.
El agradecido soy yo, Pedro. Hacía tiempo que no recibía un comentario en el blog. Lo que han cambiado las cosas... Tienes razón en lo de las miradas, algunas de ellas resultan absolutamente crudas. Yo lo achaco a la época y el medio: una Francia rural, decimonónica -aunque sea 1914-, con todo lo que ello supone.
EliminarNo había pensado en lo que tienes de común con el fotógrafo, pero es cierto. De éste me llama la atención que lo imagino en aquél tiempo al tanto de cualquier mínimo suceso en su entorno para acudir a documentarlo fotográficamente en su bicicleta.
Un saludo y gracias de nuevo.
Fantástica entrada, Charles. Además, el happy-end me ha sorprendido: ya había fantasedo con los posibles lugares en los que habría acabado, de manera inevitablemente violenta y estruendosa, la bola...
ResponderEliminarHace tiempo que quiero hincarle el diente a tu blog. Sin embargo eso es lo que no tengo, tiempo ������
Una historia verdaderamente enrevesada, si señor. En su momento fue todo un reto llegar a averiguar todo esto de una foto de la que únicamente sabía que me gustaba. Como la vida misma. Ya sabes Pedro que el tiempo, y más aún el libre, es un bien muy escaso. Así que no lo derroches hincándole el ojo a mi blog. Un saludo!
Eliminar