No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
1888 fue el año en el que los viajeros del tren
mixto de Badajoz vieron por la ventanilla de sus vagones, poco después de pasar
Caracuel, el cadáver de una joven de 14 años colgado de un poste telegráfico. Fue
una mañana del sábado 29 de septiembre, fría y ventosa a juzgar por lo que
dicen los periódicos, y aquél pobre cadáver pendulaba gélido y silencioso ante
la aterrorizada mirada de los ocupantes del mixto de Badajoz.
Cuando terminaba aquél mismo día, en otro lugar, en
el East End londinense, el agente Louis
Robinson encuentra a una mujer tambaleándose por la calle. Es
tal su estado de embriaguez que decide llevársela a la cercana comisaría de
Bishopgate para que duerma la mona en una de las celdas. La conoce de vista, es
una de las muchas prostitutas que merodean por el barrio, y no ve prudente
dejarla a su suerte aquellos días en los que no parecían cesar los crímenes del
destripador. Catherine
Eddowes, de 46 años, permaneció
encerrada en una celda hasta la 1 de la madrugada, hora en la que fue dejada en
libertad por el agente George Hutt, tras comprobar que al menos podía
mantenerse de pie. Menos de quince minutos después de abandonar la comisaría,
Catherine se convirtió en la 4 víctima canónica de Jack el destripador.
Un chal negro
que llevaba Catherine aquella noche es el que precisamente le ha servido recientemente
al investigador británico Russell
Edwards para afirmar que ha descubierto la identidad de Jack el
Destripador, gracias al análisis del ADN
encontrado en él. Según concluye, los resultados señalan a Aaron Kominski, uno de los principales sospechosos ya
en aquél entonces. Supongo que a lo largo de los años venideros, seguirán apareciendo
nuevos pruebas irrefutables que apuntan a la autoría de éste o aquél sospechoso…
1888 fue, curiosamente, el año en que Van Gogh se cortó
la oreja, el de las Trois Gymnopédies de Satie, la Scherezade de Korsakov, el Miau de Galdós,
Azúl de Dario y La Estepa de Chejov. Quién sabe si alguno de
los viajeros del mixto de Badajoz estaba leyendo plácidamente alguna de aquellas
novedades literarias cuando se encontraron con la pobre joven.
El arte, el crimen, el
ferrocarril y aquél año tuvieron también que ver con uno de los más importante
de los nacimientos del fin de siglo: el del cine. Antes de que Thomas Edison
presentara el kinetoscopio en 1891, o los hermanos Lumiére el cinematógrafo en 1895, Adolphe Le Prince
ideó un proyector capaz de reproducir 12 imágenes por segundo. Poco más de dos
semanas después del encuentro que tuvieron los viajeros del mixto de Badajoz, en
Inglaterra, en casa de sus amigos los Whitley en Leeds, Le Prince recreó una
escena en la que aparecen él y sus anfitriones moviéndose sin parar para sacar
todo el partido al invento. Los 20 fotogramas de la conocida como “La escena del jardín de Roundhay”, dio
para 1,66 segundos de duración. Conmueve observar moverse y gesticular
divertidas a aquellas personas de hace alrededor de 130 años.
Le Prince nunca llegó a ser
reconocido como padre del invento, puesto que desapareció misteriosamente el 16
de septiembre de 1890 durante un viaje en tren, justamente cuando se dirigía a
patentar su invento en Londres. No quedó rastro de él ni de su equipaje, lo
cual generó todo tipo de especulaciones. Su hijo, Adolph, no dejó de correr la
misma dramática fortuna: testificó a favor de su progenitor en el litigio
de 1898 contra Edison, pero el fallo favoreció al empresario
estadounidense y él apareció misteriosamente asesinado en Nueva York.
He querido dar con una imagen que ilustrara de algún modo la historia de la joven que apareció ahorcada, pero no existe nada más acerca de ella que la breve noticia que encontré en un periódico local, “El eco de Daimiel”. Por ese motivo he optado por lo que yo creo que está en el fondo de todo lo que se cuenta en estas líneas: una imagen que muestra a representantes del sindicato de cerilleras de la Bryant and May's factory, que el verano de aquél año de 1888 fueron a la huelga reivindicando los derechos del sector menos favorecido del proletariado de entonces, el de las mujeres y los menores. Hay algo en esos rostros, en la mirada sobre todo, que parece querer hablarnos de ese profundo agujero que es la miseria y desesperación en la que vivieron, la misma que a unas les llevó a enfrentarse al poder y a otras, sin que realmente sepamos cual fue el camino, a la muerte.
Según cuenta el breve que encontré sobre el
incidente del mixto de Badajoz, el juez y alguaciles correspondientes se
presentaron en el lugar del hallazgo a las pocas horas de haberse dado parte,
recogieron el cadáver de la joven y procedieron a examinarlo. La identificaron como
la hija de un obrero del ferrocarril que vivía en una caseta de la vía situada
a un kilometro del sitio donde se encontró el cadáver. En cuanto a las causas
de la muerte, observaron que tenía solo una ligera señal en el cuello y ninguna
otra herida ni contusión, por lo que se concluyó que la muerte se produjo por
asfixia, “y después, con objeto de despistar a la justicia, la habían colgado
del poste telegráfico”.
Es en este punto donde termina toda noticia sobre
el hecho. No he encontrado ninguna otra referencia en la prensa de aquél
entonces, seguramente por tratarse de alguien que no tenía la menor importancia
para nadie. Supongo que en algún archivo de Ciudad Real, posiblemente en el Histórico
Provincial, puedan encontrarse los legajos que nos hablen de lo que ocurrió…
Este mismo fin de semana les escribiré para consultarles al respecto, aunque la
experiencia me ha enseñado que este tipo de comunicaciones dan pocas veces
resultado. Que no sea por no intentarlo y, sobre todo, porque el caso lo
merece. Como dice aquél poema:
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