El arpa del sello
Desde luego que no se trata de
algo que resulte especialmente excepcional, pero la reseña que me he encontrado
esta mañana en una publicación francesa de historia sobre un sello de Guilhem
VIII, señor de Montpellier, me ha parecido absolutamente evocadora. Parece ser
que ese sello en cuestión es el único que se conserva del tal señor y se halla
en un documento de venta de unas tierras por parte de una noble fechado en
1192. El sello, que es lo que atrajo mi atención, nos muestra aquello que el
señor de Montpellier quería que fuera la imagen de su persona y, por extensión,
de su mandato: por un lado, un guerrero perfectamente pertrechado, espada
desenvainada y en posición de combate, en forma muy parecida a la que tiempo
después veríamos representarse a los condotiero. Pero lo llamativo es que en el
reverso de esta, vemos algo absolutamente opuesto: el mismo hombre, pero esta
vez vestido más modestamente, sentado y con un arpa en entre las manos, por el
rostro parece estar sonriendo o en un momento de beatífica concentración en su
música. No es algo excepcional, lo sé, pero no deja de sorprenderme el brutal
contraste entre una y otra cara, reflejo no sólo de cómo eran aquellos señores
medievales, a los que reducimos a considerar por lo primero, sino cualquiera de
nosotros a lo largo de los siglos.
El arpa del sello, que es el
verdadero protagonista de la reseña, ha servido al “Centre International des
Musiques Médiévales” para recrear el instrumento que se ve en las manos del
señor de Montpellier y reconocer así más de cerca lo que es parte de su rico patrimonio
medieval. Con todo el proceso de creación y posterior presentación del
instrumento, se hizo un documental de algo más de media hora que merece la pena ser visitado.
Guilhem –Guillermo-, fue uno de
tantos señores y condes que por aquél entonces alternaban su vida guerrera con
otra no menos apreciada por ellos en la corte, rodeados de trovadores, poetas y
artistas de todo tipo que amenizaban y enriquecían culturalmente sus palacios. Resulta
llamativo imaginar que este Guilhem casó en primeras nupcias con Eudoxia
Comnena, sobrina del emperador bizantino Manuel I, cosa que en aquellos
tiempos tenía que ser algo que además de dar bastante relumbrón a la casa
familiar del señor, tenía que resultar absolutamente exótica.
En
aquella corte y seguramente para inspirar algunas de las obras que Guilheim
interpretó con su arpa, vivió bajo el patrocinio de aquél el trovador Arnaut de Mareuil. Este personaje
nos acerca a uno de mis temas favoritos, los goliardos, pues dicen de él que era
un clérigo de origen pobre que se echó a los caminos a vivir de sus
letras, lo cual le hacía ya apuntar maneras. Parece ser que tuvo amores con
varias señoras principales, entre ellas la condesa Azalais, esposa de Roger
II Trencavel, razón por la cual se ganó el odio de otro de sus pretendientes,
nada menos que Alfonso II de Aragón, por lo tuvo que abandonar el condado de
Tolosa y buscar fortuna junto a nuestro Guilheim.
¡Qué evocador resulta todo esto! El Medievo vuelve a aparecer como un territorio misterioso, terrible y fsscinante.
ResponderEliminarY tan denso, variado y desconocido que es terreno abonado para la fabulación... Muchas gracias por tu visita, Isabel, es una verdadera alegría. Abrazos, querida amiga!
EliminarEs un sello precioso para un exlibris
ResponderEliminarSi, no quedaría mal, aunque yo para los mío tiraría hacia otro estilo...
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