Proyección vertical, proyección horizontal


22 de octubre de 1895. El expreso de Granville a París, de la Compagnie des Chemins de Fer de l'Ouest, se dirigía a la estación de Montparnasse en París. Aquella locomotora de vapor, la No. 721, transportaba tres vagones de equipaje, uno de correo y seis de pasajeros con 131 personas a bordo. Había salido de Granville puntual, a las 8:45 a.m., pero fue acumulando retrasos en cada parada y se le había hecho tarde para llegar a la hora prevista, las 15:55.
Tratando de recuperar el tiempo perdido, uno de los maquinistas, Guillaume-Marie Pellerin, un veterano con 19 años de experiencia a las espaldas, decide apurar lo más posible y reducir el retraso acercándose a la estación de Montparnasse a una velocidad superior a los 50 kilómetros por hora, algo poco recomendable para aquellas máquinas. Al darse cuenta de que el tren entraba en la estación demasiado rápido, Pellerin aplicó el freno de aire de la locomotora, marca Westinghouse, pero no funciona. Entonces recurre al freno de emergencia, pero tampoco resulta y el tren se estrella contra el tope de parada en medio de un ruido ensordecedor. La máquina no se detiene ahí. Cruza los casi 30 metros del vestíbulo de la estación lanzando vapor y chispas sobre la gente que corre y se aparta despavorida, hasta estrellarse contra una pared. De ahí pasa a una terraza desde la que cae en picado sobre la Place de Rennes, 10 metros más abajo, quedando clavado diagonalmente en medio de la calle.

A pesar de lo aparatoso del accidente, solo hubo una persona fallecida, y lo fue por una cuestión de fatalidad, como es habitual. La locomotora cayó sobre un puesto de periódicos ubicado fuera de la estación, donde estaba Marie-Augustine Aguilard, que sustituía a su esposo que había ido a buscar los periódicos de la tarde.
En las investigaciones posteriores se concluyó que si bien los frenos Westinghouse no habían funcionado, no había en ello responsabilidad legal. Buen trabajo el de los abogados de la fabricante norteamericana. Sin embargo, el maquinista Pellerin no tuvo tanta suerte, ni tan buenos abogados, y fue declarado culpable, siendo condenado el 30 de marzo de 1896 a dos meses de cárcel y 50 francos multa...
Este accidente forma parte ya de la memoria gráfica de todos nosotros, gracias a una magnífica serie de fotografías que se hicieron a lo largo de esos días. Entre sus autores estaba uno de los grandes de ese arte aún incipiente, un explorador de lo cotidiano de mano de este invento prodigioso que iba a llenar la memoria del siglo que pronto iba a comenzar: Georges Henri Roger (1860 – 1946).
Y como prueba de esto último, prefiero dejar encabezando la curiosa historia del expreso de Granville a París con un pequeño homenaje al hecho de la lectura: precisamente la del otro lado del momento en que llegan a nosotros estas historias. La del tuyo ahora mismo, paciente lector. Pero lo será en un día cualquiera de hace cerca de 120 años, en 1893, y con un título tan propio de un ingeniero como es el de "Proyección horizontal".



Comentarios

  1. Uno mira las imágenes y se pasma ante la extraordinaria fortuna que hizo posible que los pasajeros salieran con vida de tan atropellado final de trayecto, que con tanta precisión y cierto suspense relatas. Fortuna que, en esas carambolas del destino, se le negó a la quiosquera, para quien ya doblaban las campanas cuando trastocó su rutina para tener cita con la muerte. Pero...así es la vida; una proyección que, de repente, se detiene.

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    1. Increíble suerte y desgracia repartida, es un suponer, por azar... Así es la vida ciertamente.

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  2. ¡Madredelamorhermoso! ¡paversematao to dios!
    No obstante la imagen es fabulosa, como de guerra... Falta la gente corriendo con casco
    Kisss y Kissss

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    1. La que liaron fue buena... Ahora tendríamos a una legión de curiosos dándole al móvil, selfiando y algún que otro jubilado jubiloso dando indicaciones a los equipos de limpieza apostado a la valla de turno...

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