¡Qué tiempos aquellos! Entrevista a Fantomas

Fotografía de la ficha policial de Eduardo Arcos Puch "Fantomas"
El hombre que entrevistó a Fantomas, a aquél personaje que ha llegado hasta nosotros a lo largo de todo siglo XX como el auténtico “rey de los ladrones”, dejó testimonio de lo que aquél le contó en un libro titulado “La ley contra el crimen” del año 1956. Su nombre era Tomás Gil Llamas, jefe de la Brigada de Investigación Criminal (B.I.C.) de Barcelona en los años de la postguerra, y creía tener cierta habilidad para esto de las letras, cosa que le animó a escribir unos cuantos libros en los que iba recogiendo anécdotas y vivencias relacionadas con el crimen y el delito tanto en Barcelona como en Zaragoza, que eran los lugares en los que principalmente desarrolló su trabajo.

Cuando se encontraron, el antiguo rey del delito distaba ya mucho de ser aquél  “audaz sujeto, con figura y modales de gran señor, políglota acreditado y de encantador trato social, que viajaba incansablemente por los más distintos países, siempre hospedándose en los más grandes hoteles, donde llevaba a cabo sus subversivas andanzas”. Estamos ya a principios de la década de los años 50 del siglo XX, y “nuestro interlocutor, tiene sesenta y ocho años y sus claros ojos se entornan evocadores. Su charla y ademanes se ofrecen en riguroso contraste con su atuendo casi miserable y con su rostro sucio y sin rasurar, de barba gris, casi blanca, en donde sólo los ojos brindan un panorama  limpio y sosegado; ojos de hombre que ha conocido esplendores y decadencias, comprensivos. Hoy lo tenemos transitoriamente en la Brigada para su traslado a Guadix (Granada), reclamado por su Juzgado de Instrucción.”

Eduardo Arcos Puch, le llamaremos así pues fueron muchos los nombres que empleó a lo largo de su extensa vida profesional, había adoptado también una multitud de identidades profesionales, haciéndose pasar lo mismo por piloto y explorador, que por escritor de origen cubano, noble español y todo aquello que viniera bien a sus fines. De hecho, cuando en la entrevista le preguntaron por su verdadera identidad,  aseguraba que “lo mismo podría pasar por francés o por inglés. Los tres idiomas los domino con idéntica facilidad. Pero sí; creo que soy español y me parece que nací en Palma de Mallorca”. De su gusto por emplear múltiples identidades dejaba clara constancia su ficha policial, que decía:

“Eduardo Morell Puig (a) “Fantomas”, natural de Nueva York, sin domicilio conocido. Pero ha utilizado innumerables nombres más: Eduardo Sebastián Puig, Luis Álvarez Marcos, Vicenti Videni Ubal, Antonio Pinilla Cazalla, Luis Abadía Carreras, Eduardo Medina Arévalo, Eduardo Arcos Puig, Eduardo Avellí Puig, Julio Moreno Torres…"

Su principal defensa era esa: que no había nada seguro ni quizá cierto sobre él. Y de ello se aprovechó muy bien durante su época dorada, allá por las dos primeras décadas del siglo XX.

- ¿Cuando se inició su carrera?

- Muy joven, a comienzos de este siglo. En 1905, ya se hablaba en París de “Fantomas”, el “rey de los ladrones”.

- El personaje de Pierre Souvetres.

- Perdón; de mi. La aparición del “Fantomas” literario es posterior. Pierre Souvetres, si la memoria no me engaña, lanzó a su héroe, en 1907, dos años después.

- Insinúa que se inspiró en usted para bautizar a su personaje?

- Insinúo que se apropió descaradamente de un nombre que era ya de dominio público. Por lo demás, Souvetres pintó en sus novelas un tipo tenebroso, turbio, con el que jamás me sentí identificado. Yo nunca atenté contra la vida de nadie.


Durante aquellos años recorrió los más grandes hoteles y salones sociales de Europa y América, cambiando de identidad a conveniencia. En todos le acogían con la admiración, confianza y respeto que sabía ganarse con habilidad, y de ellos desaparecía una vez que había cumplido con su objetivo de desvalijar a alguna pudiente víctima en la que había puesto el ojo.  Pero, ¿cómo trabajaba Fantomas? Vamos a dejar que sea el mismo quien nos lo cuente siguiendo la entrevista que le hicieron aquél día, mientras esperaba su traslado en la Brigada Policial de Barcelona: 

- (…)el auténtico ladrón ama su oficio y para él  los riesgos y dificultades son premisas ineludibles que no dejan de tener su encanto ¿comprende? De mi se decirle que la preparación de un “golpe” y el proceso que me lleva hasta el objetivo, todo esto, me fascinaba tanto o más que el disfrute de la propia ganancia. Cuando arribaba a un nuevo escenario y, por ejemplo, asaltaba de Londres a Berlín, instalándome en un lujoso hotel, instintivamente todas mis actividades convergían en localizar una nueva víctima, aunque tuviese el bolsillo bien repleto.

- ¿Y las encontraba?

- Siempre. Entonces me dedicaba a relacionarme con ella hasta identificarme con su manera de ser y con sus costumbres. Sólo cuando todo el proceso preparatorio  había sido cubierto a la perfección, hasta el más mínimo detalle, procedía a dar el golpe definitivo.

- ¿Por qué consideraba necesario tratar previamente a sus víctimas?

- Por múltiples razones. Así podía informarme de si su sueño era profundo o ligero, de la hora en que se solía dormir, del lugar donde guardaba las alhajas o el dinero, y de otros datos no menos valiosos. Además, mi amistad con ella me brindaba la oportunidad de visitarla en su cuarto, que, de esta forma, podía estudiar minuciosamente hasta grabármelo  con todos sus detalles en la cabeza para, una vez llegado el momento, desenvolverme en la estancia sumida en la oscuridad con seguridad plena, como si fuera de día, conocimiento que contribuía poderosamente a garantizar el robo, soslayando cuantas dificultades impone la improvisación.

- ¿Y por dónde solía penetrar en los cuartos?

- Siempre por la puerta, aunque muchas veces la policía creyese que me había introducido por una ventana o balcón, que, a este fin, solía dejar abierto antes de marcharme. Además, engrasaba la cerradura para eliminar posibles chirridos con unas horas de antelación. Después, llegado el momento, por la noche, me disfrazaba con una especie de pijama negro ceñido al cuerpo y cubría mi cabeza con un capuchón también negro. Unos ingeniosos alicates me permitían darle la vuelta a la llave cuando ésta estaba por dentro de la cerradura, o bien me valía de una ganzúa. Generalmente, a los dos minutos escasos conseguía franquear la entrada, y entonces me deslizaba dentro del cuarto, cerraba la puerta y permanecía inmóvil, hasta cerciorarme de que el durmiente no se había despertado. Después actuaba con rapidez y sin vacilaciones, porque ya sabía dónde encontrar lo que buscaba y me conocía de memoria el cuarto con todos sus recovecos y la particular distribución de sus muebles.

- ¿Solían despertarse algunas de sus víctimas?

- Si. A veces no podía evitar ciertos ruidos que disipaban el sueño del huésped. En tales casos, me inmovilizaba por completo en espera de que la víctima, creyendo haberse engañado, volviese a coger el sueño.

- ¿Y si encendía la luz?

- Entonces el negocio se había ido al diablo. Pero yo no corría mucho peligro, porque mi espectacular disfraz paralizaba de espanto al curioso durante unos segundos, los suficientes para escapar a toda prisa y recorrer el camino de la huída, que tenía muy bien estudiado. Aún recuerdo uno noche, en el “Royal”, de Bruselas. El hombre, un industrial del Sarre, encendió de pronto la luz y al verme se inmovilizó como un estúpido con los ojos muy abiertos. Cuando ya estaba en mi cuarto y acababa de mudarme de ropa, llamaron a mi puerta. Fingí alzarme del lecho y abrí. Era el industrial, que recurría a “su amigo” para informarle de lo ocurrido. Naturalmente, me vestí y le acompañé hasta la gerencia para denunciar el hecho. Nadie sospechó ni remotamente de mi; sobre todo mi “amigo”.

- ¿Fallaba muchos golpes?

- No. Que yo recuerde, tres, con el de Bruselas, y otro en Berlín. Pero en éste no hubo fallo alguno y la renuncia al botín fue voluntaria. Se trataba de una joven austriaca a quien había conocido en el “Bismark”. Viajaba acompañada de una dama ya entrada en años y solía lucir unas joyas deslumbrantes, que inmediatamente despertaron mi codicia. Planeé el golpe con todo esmero y aquella noche penetré en su cuarto… para apagarle la luz de la mesilla que se había dejado inadvertidamente encendida.

- ¿No consiguió localizar las joyas?

- Sabía perfectamente dónde las guardaba y las llegué a tener en mis manos… Tal vez hiciese una tontería. Pero el espectáculo de su rubia cabeza sobre la almohada me decidió a renunciar al soberbio botín. Ella no lo supo nunca, pero aquella noche le regalé sus joyas. Era una muchacha encantadora. También conocí a Mata-Hari, y en Niza a Isadora Duncan. Extraordinarias las dos aunque yo me inclino por la Duncan. La Duncan era literalmente un ser fantástico, sin asiento alguno terrenal. Vivía en otro mundo y su…

Ahí cuenta el entrevistador que Fantomas interrumpió su discurso para quedar callado, mirando a un infinito inexistente, mientras parecía estar inmerso en esos pensamientos que en ocasiones todos esperamos que nos lleven de vuelta a algún momento del pasado. De hecho, hay quien le atribuyó un intenso romance con la mítica bailarina y coreógrafa.

Isadora Duncan

- Gasté rublos, marcos, liras, coronas, pesetas, soles, bolívares… sin cálculo, a manos llenas. En total, traducido a pesetas, unos diez o quince millones.

- Ahora, parece que ya no le queda mucho.

- Nada. Y lo peor es que éste ya no es mi tiempo, ni yo el de antes. Mis oídos se han vuelto duros y mi vista deficiente. Tampoco me quedan las ilusiones. Antes, el robo era para mi un arte; lo practicaba como un arte; hoy es un oficio desagradable, al que me aferro para ir tirando, y sólo soy un vulgar “topero”, un timador de pacotilla. Eso únicamente.

Cuenta que al poco de la entrevista lo mandaron para Guadix. Y ahí se pierde de nuevo el rastro de este hombre tan escurridizo como brillante, que fue capaz de crear alrededor de sí mismo una leyenda de la cual es muy difícil separar lo que fue real de lo que él u otros inventaron … Cuentan por ejemplo que trabajó de espía durante las dos grandes guerras. Es posible, pero también que se confunda por el empleo que hizo de su nombre una organización secreta que actuó por aquél entonces, especialmente en Francia, y de la cual espero contar más otro día.

De Fantomas. De Eduardo Arcos, o Morel, o como realmente se llamara si es que él alguna vez lo supo, vale con aquél recuerdo que le acompañaría toda su vida, y que es el que ha quedado marcado en todos nosotros cuando escuchamos su nombre:

“Entonces daba un golpe en París, y, al mes ya me encontraba magníficamente instalado en el “Empire” de Nueva York, gozando de la vida sin que nadie recelase de mi. ¡Qué tiempos aquellos!...”

Postal del hotel Empire de Nueva York, fechada el 3 de septiembre de 1906

Comentarios

  1. Ya no quedan muchos personajes como éste; no se sabe dónde termina el hombre y empieza la ficción, pero sea cual sea la realidad, despierta interés.

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    1. Lo curioso de la parte de ficción es que ha sido creada tanto por él, como por muchos otros... Estoy seguro que hay una parte sustanciosa de realidad en lo que contaba, y también de que creía firmemente en la veracidad de lo que no lo era.

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  2. Antaño era relativamente fácil cambiar de identidad, hoy en día el móvil se chiva de todo,
    Desde luego el Fantomas es un gran contador de historias, o usted lo apañao, porque esos silencios y esos personajes paralelos, Isadora Duncan...
    Yo hubiera sido su víctima perfecta, o él la mía, Quien sabe, igual nos conocimos, pero desde luego tenía el mismo vicio que yo, los diamantes.
    Juas

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    1. Cierta mente que hoy nos lo ponen más difícil a la hora de cambiar de yo, pero no crea: los hay que aún y así...
      El Fantomas era un gran contador de historias y seguro estoy, como le decía a cartujerías, que a la que lo contaba daba por cierto lo que era y lo que le salía de la imaginación... Alguien habrá, o debería, que algún día se ponga a revolver papeles para ver si tras todo esto hay una historia cierta que contar...
      Salud!

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  3. Me dejó seco leer esto, pensaba que Fantomas era una creación del comic. Muchas facetas a comentar, el descaro, la planificación pero, en especial, no paro de imaginar la cara del hombre que encendió la luz y vio a una persona vestida por comleto de negro en su cuarto :).

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    1. La pena es que apenas se puede averiguar mucho más de su vida. Ni siquiera podemos tener la seguridad de cuanto hay de verdad en lo que contaba, pero !que mas da, es una buena historia!

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