Bravos y brillantes


Teníamos la costumbre de subir a sentarnos en el adarve del muro que rodeaba la huerta de los padres de Martín. Allá, dominando ese pequeño mundo con nuestra mirada, solíamos compartir a menudo unos cantimpalos crudos con algo de pan del día anterior. Chino los había sustraído hábilmente de la cocina de su casa, en el mismo momento en que salía de ella como si fuera una de esas veloces corrientes de aire que peinaban los trigales. Sus padres regentaban la carnicería del pueblo, y eso garantizaba un suministro ilimitado de todo tipo de chorizos, jamones y otras viandas, siempre y cuando no fuera descubierto.


Exceptuando al sonido del trigo cuando por fuerza del aire se inclina agitado a un lado y otro, nada más se oía desde aquél lugar. Ni siquiera a nosotros masticar aquellos manjares con la boca tan llena que no cabía más en ella. Nos mirábamos, asentíamos con la cabeza señalando a los chorizos y seguíamos disfrutando de ellos mientras nuestra atención se perdía a lo lejos, más allá de donde alcanzaba la vista.


El aire llegaba templado, tan confortable que invitaba a adormecer los sentidos, a cerrar los ojos y perderse en aquella placentera sensación: atronaba el viento a nuestros oídos, y nos parecía estar cubriéndonos entre sus brazos; no existía el tiempo, pues era tan extenso como los interminables campos góticos; ¿para qué medir y preocuparse de lo que tanto teníamos?


Nuestro pelo se agitaba bravo y brillante, iluminado por el reflejo dorado de todo aquello que veíamos eterno…

Comentarios

  1. Palpable, se respira ese viento, y existe un paralelismo con mi vida sólo que en esta ocasión no teníamos tan suculento acompañamiento. El mundo parecía carecer de horizontes en aquellos tiempos.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. !Importante falta la de los chorizos!. A falta de magdalenas, aquellos estaban bien buenos, doy fe.

    El mundo carecía de horizontes, el tiempo era un bien abundante y además los sueños volaban tan alto…

    ResponderEliminar
  3. el tiempo no era abundante, simplemente no existía, ni el motivo para tenerlo en cuenta, más allá del reloj del hambre, y el hambre de todo lo nuevo y misterioso, los ojos ávidos de luz, y de historias increíbles, (las mejores) ..como en un espejo, si.
    Ahora, no soy capaz de digerir ni las magdalenas, por muchas faldillas que tenga la mesa .
    Hermoso y evocador pasaje, Charles

    ResponderEliminar
  4. Sabor a campo y a juventud, a una época en la que un año era largo como varias vidas y unas vacaciones de verano no se acababan nunca.

    ResponderEliminar
  5. Bueno, si, como digo, más que abundante, extenso como los Campos Góticos, lo cual quiere decir que interminable. Teníamos hambre de todo lo nuevo y misterioso, si señor, y eso nos hacía vivir como si fuéramos pequeños quijotes.
    Unte la magdalena en un chocolate bien espeso, que es lo que mejor entra en estos fríos días de invierno y gripes, y verá que bien entra...
    Gracias y mucha salud

    ResponderEliminar
  6. Y lo que duraban, que hasta creíamos tener tiempo para sentir eso que se llama aburrimiento.

    ResponderEliminar
  7. Precioso escrito amigo Charles. Todo el tiempo en tus manos y todos los mundos por imaginar.

    En mi caso a la música del arpa dorada del trigal se le añadía la "ambient" de las chicharras, y sí, adormecía todos tus sentidos menos el del bienestar, la paz y la camaradería.

    Un abrazo y salud.

    ResponderEliminar
  8. Bonita imagen la del arpa dorada del trigal, mi estimado Herri. Supongo que a de la chicharra le acompañaría de cerca la de más de un ave nocturna con ganas de cena... Lo imagino y, en cierto modo, también recuerdo haberlo vivido en algunas ocasiones: como bien dices, es muy "ambient", falta alguien acompañando con un koto.

    Aquello era como una hoja en blanco, que esperábamos llenar algún día con vivencias semejantes a las que habíamos descubierto en nuestras lecturas más tempranas.!Mal hicimos en cerrar nuestros Salgaris y Dumas, por todos los dioses!

    Muchas gracias y más salud!

    ResponderEliminar
  9. Es cierto que escuchar como se mueve el trigo o la hierba alta al compás de la brisa invita a adormecerse llegando a sentir como que se flota en la nada. :-) aunque con tanto cantimpalo no creo que llegarais a flotar.
    Buen día

    ResponderEliminar
  10. Desde luego que con tanto camtimpalos, querida Leo, lo de flotar se pone difícil, muy difícil, por mucha galerna que sople.

    Un abrazo

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Yva Richard

El regalo de las musas

Un día como el de hoy