La importancia del modo en que se decora un turbante


La exposición "Meisterwerke muhammedanischer Kunst", celebrada en Munich en 1910, marcó un punto de inflexión en la visión que tenía hasta entonces el público europeo sobre lo que era el arte islámico, liberándolo de fantasías orientalistas para ubicarlo en el lugar que le correspondía en la historia del arte y la cultura.

Durante el tiempo que duró la exposición, Munich fue un hervidero de artistas, intelectuales, marchantes de arte y coleccionistas, que se acercaban hasta aquella ciudad con el objeto de ser testigos de un evento cultural que prometía ser histórico. Por allá se apareció Henri Mantisse, buscando inspiración en las obras exhibidas, a la vez que aprovechó para conocer también de cerca la Oktoberfest con un grupo de amigos. Se cuenta que fue esta misma muestra la que animó a August Macke a planear un viaje a Tunez para conocer más de cerca todo aquello. Lo realizaría cuatro años después en compañía de sus amigos Paul Klee y Louis Moilliet. Fue en la primavera 1914, pocos meses antes de morir en el frente de la I Guerra Mundial. De esa visita a Tunez nos dejó algunas de sus últimas obras: más de una treintena de acuarelas, una de las cuales, por lo menos, se encuentra actualmente en la colección Thyssen-Bornemisza.

Pero no es ninguna de estas personas la que tiene que ver con la ilustración que presento. Es otra que, en apariencia, pudiera parecer a muchos algo más gris y carente de interés. Se trata de una bibliotecaria llamada Belle da Costa Greene, un personaje único en cuya vida se mezclan a partes iguales su pasión por los viejos libros y manuscritos, la lucha que llevó a cabo por ocultar su origen afroamericano tras un apellido portugués adquirido para justificar su tez oscura, y la relación que tuvo con figuras tan apasionadas como ella: Aleister Crowley o el especialista en arte renacentista italiano Bernard Berenson entre otros.


Fue precisamente con este último con quien visitó la muestra de Munich de 1910, en calidad de representante de J.P. Morgan. El financiero la había contratado en 1905 como su bibliotecaria personal por recomendación de su sobrino, Junius Spencer Morgan II, estudiante de la Universidad de Princetown, lugar donde ella era bibliotecaria. Greene era una experta en manuscritos iluminados, así como una persona muy hábil para negociar la compra de nuevas rarezas para la colección del señor Morgan. De hecho, fue ella la que a lo largo de sus cuarenta y tres años de trabajo, inicialmente como bibliotecaria y luego como primera directora de la Biblioteca Morgan, convirtió la colección de la Morgan Library en una de las más importantes de carácter privado que existen hoy en día.

Da Costa se encontró con el llamado Read Persian Album en aquella exposición de 1910. Por aquél entonces pertenecía a Sir Charles Hercules Read, de ahí el nombre dado al documento, quien además de coleccionista privado era encargado de antigüedades británicas y medievales en el Museo Británico de Londres. El álbum en el que Belle había puesto sus ojos era del siglo XVII y, según parece, fue iniciado por Husain Khān Shāmlū, gobernador de Herat (1598-1618), y continuado por su hijo y sucesor, Hasān Shāmlū (m. 1646). A la vista de las maravillosas pinturas que contenía, Da Costa escribió a Morgan una entusiasmada carta explicando que era sin duda una de las mejores obras exhibidas allí, y que su adquisición redundaría notablemente en la reputación de su biblioteca privada. De hecho, a día de hoy, y conocida la posterior dimensión que adquirió la colección de islámica de la Morgan Library, la compra del Read Persian Album es considerada su punto de partida.
 
De todas las imágenes que hay en la obra, ésta de un prisionero uzbeko arrodillado e inmovilizado por un yugo de madera me parece especialmente sugerente. Está prisionero, pero todavía tiene su carcaj, una daga, la espada, una fusta roja y azul, y sobre todo su arco enfundado en un estuche que está decorado con un simurgh, el mítico ave fénix de la mitología iraní, persiguiendo a un conejo. El simurgh era el emblema de algunas dinastías reales del Asia central, en especial los sasánidas, ¿quería decir que el prisionero era algún tipo de líder o rey uzbeko? Probablemente sí.



Con respecto al gran turbante blanco que lleva, merece la pena recordar que muchos de los detalles que eran, y son, especialmente significativos para una cultura pasan totalmente desapercibidos para otra. En este caso se trata del modo en que el prisionero lleva ornamentado el turbante, pues nos está dando una pista muy importante sobre su identidad: la masa blanca de tela de dicha prenda rodea a un soporte de cónico estriado, achatado en su punta, lo cual no es otra cosa que signo indefectible de que su portador era efectivamente un uzbeko. Resulta curioso que cuando estuve investigando sobre el modo en que se ornamentan los turbantes y su significado con el objeto de confirmar eso último, me encontré con la curiosa coincidencia de que a la variedad común de ajo “allium sativum”, se le conoce popularmente en algunos ámbitos por el nombre de “uzbek turban”, por el parecido que dicen existe entre ambos.


De cualquier manera, la moda en la ornamentación de los turbantes debió de variar con el tiempo, hasta cambiar según parece el cono chato por otro puntiagudo, o desaparecer, según que descripciones se lean. En todo esto pudo tener que ver quizá una curiosa figura que me he encontrado y de la que lo desconocía todo: los dastorband, verdaderos especialistas en el arte del diseño y colocación de los turbantes. Según parece eran una especie de creadores y árbitros de la moda en todo lo que tenía que ver con esa prenda, poniendo sus conocimientos a disposición tanto de nobles como de cualquier persona que estuviera dispuesta a pagar por sus servicios y aprender el modo envolver un turbante de la manera más hermosa y adecuada.

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