Rojo sobre gris


Revisitando este fin de semana la adaptación cinematográfica de Visconti del “El gatopardo” volví a encontrarme con una escena, una imagen concreta de ella, por la que siento una especial devoción. Tanta, que hace tiempo me hice con una copia de ella que guardo como oro en paño. Transcribo lo que decía Lampedusa para inspirar después la adaptación visual a la que me refiero:
“En cierta ocasión, ella fue a esconderse detrás de un enorme cuadro apoyado sobre el suelo; durante un rato «Arturo Corbera all'assedio di Antiochia» cobijó la anhelante ansiedad de la muchacha, que, sin embargo, al ser descubierta, con los labios sucios de telarañas y las manos envueltas en una capa de polvo, se dejó abrazar y demoró una eternidad en decir: «No, Tancredi, no», negativa que en realidad era una invitación porque hasta entonces él no había hecho más que contemplar con sus ojos azules el intenso verdor de los de ella.”
La misma narración de Lampedusa parece apoyarse en todo momento en lo visual, en obras pictóricas que de un modo u otro refuerzan el sentido de lo que nos está contando. Es posible que el ejemplo más conocido y evidente sea aquél en el que el Príncipe Salina contempla con rostro triste y taciturno “una buena copia de La Muerte del Justo” de Jean-Baptiste Greutze, como si se estuviera mirando en un espejo: se ve reflejado en la obra, viéndose en ella como el último de una estirpe a punto de desaparecer.

Es curioso, pero la obra de Greutze que mencionaba Lampedusa no existe, y eso supuso un reto para Visconti, quien lejos de inventarla para su adaptación cinematográfica, hizo pasar por tal a una del mismo autor que bien podía reflejar lo que se proponía: “El hijo castigado” (1778).

Detalles como este pueden animarnos a volver a la película con un nuevo interés: ¿las obras pictóricas que nos muestran son las que dicen ser? Vemos supuestos retratos de Garibaldi, otro de Vittorio Emanuele en el ayuntamiento de Donnafugata, estucos, grabados, etc… Hay mucho de lo que dudar.
Pero a todo esto que acabo de contar llegué después de dar vueltas a la escena de Angelica y el destartalado cuadro que reposa abandonado en el ático del palacio. Es, para mi una composición ideal. El rojo de su vestido combina perfectamente con aquel enorme lienzo desgastado. Lampedusa sólo dice de él que se trata de una enorme pintura, apoyada sobre el suelo, cuyo título es “Arturo Corbera en el Asedio de Antioquía”. No había más, ni siquiera un supuesto autor… ¿Cómo se las apañó Visconti en este caso? ¿existe realmente esa obra?, ¿empleó una original de otro autor con otro nombre, como ocurrió con “La muerte del justo”?
Estuve curioseando para ver si daba con la identidad de aquél descomunal lienzo que acompañaba a Angelica/Claudia en aquella escena, hasta que di con un artículo de Ivo Blom titulado “Visconti and Visual Arts”. En él se cuenta cómo para la producción de la película encargó a Mario Brondi la ejecución de un enorme cuadro que recreara el momento que refiere Lampedusa. Brondi estuvo documentándose durante varios días, y por fin dio con la fuente de su inspiración, con una obra real y bien conocida que, adaptada por su mano, mostraría al antepasado de Salinas tomando Antioquia…
Efectivamente, “Arturo Corbera all'assedio di Antiochia”, la obra que sirve de fondo a la frescura y sensualidad de Angélica, no es otra cosa que la adaptación de “La batalla de las amazonas” (1618) de Peter Paul Rubens. Por si no fuera suficiente, en la obra de Rubens, Hipólita, reina de las amazonas, viste una túnica roja de semejante color al de Angélica. Y sin embargo, Brondi no incluyo a la reina en su adaptación. ¿La omitió deliberadamente borrando toda memoria de la obra original, o quiso que encontráramos a Hipólita fuera de él, en la forma de Angelica, observándolo con extrañeza y ocultándose tras la tela antes de enfrentarse a Tancredi, su Teseo particular?
Quién sabe...

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