Un mirador sobre el Tajo

Casa del Diamantista

Siguiendo con las publicaciones decimonónicas que nos regalaron con magníficas ilustraciones de la época, ocupa un lugar importante entre ellas “El Museo Universal: periódico de ciencias, literatura, artes, industria y conocimientos útiles”, que salió a la calle durante casi medio siglo, entre los años 1860 y 1901.


Lo que diferenciaba a esta publicación de otras por el estilo es su carácter enciclopédico, en tanto que dedicaba sus contenidos a difundir conocimientos prácticos en torno al funcionamiento de máquinas, herramientas o cualquier novedad tecnológica que se diera por aquél entonces. Así, pueden encontrarse entre sus páginas descripciones detalladas e ilustradas del modo en que opera un telégrafo, un molino, unas bodegas o los aperos de labranza de una región determinada.


También lo diferenciaba, a vista de hoy, la calidad de sus firmas. Durante algún tiempo, por ejemplo, fue su director literario Gustavo Adolfo Bécquer en colaboración artística con su hermano Valeriano, quien se encargaba de ilustrar los textos redactados por aquél.


No en vano, la calidad de las ilustraciones publicadas en “El Museo Universal” es de las mejores que se dio en la prensa española del momento. Pero hay una de ellas, la que acompaña a esta entrada, que tiene para mí un valor que va más allá del puramente estilístico. Me explico.


Ocurre que la Casa del Barco de Toledo la ocupó allá por la segunda mitad del siglo XIX un curioso personaje durante los últimos años de su vida, haciendo que desde entonces a ésta se le conociera por el nombre del oficio de su inquilino: “La casa del diamantista”. De entonces al día de hoy, han nacido multitud de leyendas sobre el origen del nombre, remontándose algunas a románticas historias medievales, que no hacen sino probar que muchas de nuestras leyendas milenarias no tienen más de un centenar de años.


José Navarro, que así se llamaba el tal diamantista, tenía, hasta donde yo sé dos facultades muy marcadas, además de la de ser uno de los mejores joyeros de su tiempo: la de meterse de continuo en líos y complicaciones, y la de buscar siempre la soledad y el anonimato. La vida apartada, que dirían los poetas.


Por las memorias de su aprendiz Pedro de Onara sabemos de las consecuencias que tuvo el asunto del tesoro de Guarrazar, en el cual fue uno de los protagonistas, y de la cola que trajo tal asunto tras la Gloriosa para sus herederos. Pero ésta es ya otra historia de la que algo insinué un tiempo atrás.


Hace ya bastante más de un año que empecé a investigar su vida. Ello me ha hecho recorrer unos cuantos archivos, con resultados más bien escuetos, pues como queda dicho, el tal José Navarro era una persona poco amiga de dejar rastro, y en los documentos que emitía poco dice de sí mismo y de sus asuntos, como si no quisiera remover aguas que fueran a traerle espesos lodos.


El caso es que estando a medias en esta persecución, revisé algunas colecciones de fotógrafos contemporáneos con la intención de encontrar algún retrato suyo que pudiera darme alguna idea de su aspecto. No la consideraba una idea descabellada, habida cuenta de que por aquella época eran muchos los nobles y burgueses que gustaban de hacerse un retrato fotográfico. Pero nada: hasta donde he podido llegar, no ha habido manera de dar con él.


Lo que si hay es una fotografía de la casa hecha por Eugène Sevaistre en 1857, año más o menos por el que pasó a vivir en ella el diamantista. De ese mismo año hay también una fotografía más de la misma casa de Charles Clifford, el cual curiosamente fue quién fotografió a la reina Isabel II portando la corona que mandó hacer a Navarro. Unos tres años después hizo lo mismo Francis Frith en varias fotografías. Pero por mucho que las amplié y revisé, no pude adivinar en ninguna de ellas el rastro del personaje.


José Navarro murió en febrero de 1862, dejando viuda y dos hijos mellizos que ocuparon durante un tiempo más aquella casa. Alguien, no he logrado saber quién, hizo una fotografía de la casa a finales de aquél año, o principios del siguiente, que sirvió como base para la elaboración de un grabado que se publicó en el “Museo Universal” del 1 de marzo de 1863. Cuando me lo encontré, vi algo en él que sin saber exactamente si se trataba de una belleza formal o de algo más, me animó a imprimirlo, recortarlo y pegarlo en la portada del cuaderno en el que voy recogiendo toda la información que encuentro sobre el asunto.


Así quedó hace ya cerca de un año, mientras continuaba investigando el asunto y profundizaba en la oscura vida de este personaje.


Hace unas semanas me detuve a ojear el grabado sin otro afán que imaginar qué habría de real en él, y que había de añadido por el grabador. Me llamaba especialmente la atención desde hacía tiempo la escena que hay en la parte inferior derecha, y que creía que me recordaba mucho a alguna obra de Caspar David Friedrich.


Sin embargo, al pasar la mirada a la galería de la casa que se abre sobre el Tajo, descubrí algo en lo que hasta entonces no había reparado: había en su interior tres figuras que me observaban directamente, y eran estas –por su forma y tamaño-, las de una mujer adulta y dos niños de la misma estatura. ¿Casualidad? No lo creo. Creo que más bien se trata de suerte.


En algún momento a lo largo del año siguiente a la muerte del diamantista, alguien hizo una fotografía de la casa, incluyendo a sus propietarios –la viuda y sus hijos-, y gracias a ello, desde la soledad de aquél mirador que asoma al Tajo, aquellas siluetas del pasado vuelven a cobrar vida para mí entre las páginas del cuaderno al que dan paso.

Comentarios

  1. La edificación es impresionante. Atrae. En la fotografía de Clifford semeja un islote en medio de ondulaciones que parecen peladas de vegetación; en la de Sevaistre parece una aparición emergida de entre las aguas en tiempo de sequía; en cambio, la de Napper podría ser la silueta de un fortín a la orilla del mar... Pero, sin duda, la que mejor evoca el barco que le da nombre es la imagen que ilustra tu escrito: Un barco pétreo con tres viajeros contemplando el horizonte desde la cubierta mientras la tripulación desciende en busca de provisiones.
    (Y todo en el interior castellano, con el Tajo aún tan lejos de su atlántica meta).

    ResponderEliminar
  2. dOn PeDRo como hilo nos lleva hilvanando ya hace un rato, pero no nos termina de desvelar nunca si da con el tesoro o no, ...
    Snifff
    Yo, desde los testículos anticristi me tiene en ascuas
    Ahora ya lo tenemos más encuadrado hacia medidados del 1800, y la pandilla de bandidos con los que se va juntar.... me parece que tambien

    Un Saludo

    ResponderEliminar
  3. !Soluccionada la provición! La idea era prácticamente esa: la visión estática de tres pasajeros que se cruzan frente a nosotros contemplándonos como si fuéramos parte del horizonte... Presente y pasado entrelazados, al paso ante nuestros ojos de la barca de Caronte. La piedra permanece, lo demás se va.

    Saludos!

    ResponderEliminar
  4. Este Don Pedro no hace otra cosa que liarnos la manta, para llevarnos a cortos paseos por aquellas tierras suyas...

    Pronto le abrirán el arqueológico y, si se hiciera caso de lo que dicen la cosa va a ser de lo mejorcito del mundo mundial ¡se lo cree usted? Veremos, espero que ya nos contará. El caso es que si busca tesoros, podrá ver casi todo lo encontrado a pedazos en Guarrazar y que fue compuesto por el tal Navarro. El resto del casi, descansa en el Museo de Cluny en París y, lo más importante de ello, en un lugar que quizá algún día acierte a contarles.

    Saludos!

    ResponderEliminar
  5. ¿Se sabe si en la fotografía que sirvió de base al grabado están todos los personajes? Pues los grabadores de esa época no eran muy fieles a las fotos, sino que las recreaban según su criterio, sus datos o su imaginación.

    ResponderEliminar
  6. La pregunta del millón. Yo no lo se, y le aseguro que he intentado dar con la fotografía por activa y por pasiva.

    El problema es que, a diferencia de otros grabados de esta publicación, no dicen nada del autor de la fotografía. Lo puede ver usted al pie de la ilustración.

    Para mi que hay algunas figuras que, de tópicas, parecen añadidas por el autor: la escena de la barca, el pescador... Pero el trio del mirador me sobrecogió. No se, parecen mirar directamente a la cámara, al fotógrafo.

    Además, me pareció mucha casualidad que reprodujera en dicho mirador tres figuras que coinciden en su aspecto con los verdaderos ocupantes de la casa: Luisa, la viuda de José Navarro, y los dos hijos mellizos de ambos, un niño y una niña.

    Dicha coincidencia sólo puede deberse a dos razones: que estuvieran en la fotografía copiada, o que el autor del grabado supiera de los ocupantes de aquella casa. Yo, personalmete me inclino por lo primero, aunque estoy casi seguro de que dicha fotografía se ha perdido en algún momento y, por lo tanto, es difícil de demostrar.

    En resumen, que me quedo con la ilusión de verles, aunque sea en las penumbras, desde la otra orilla del rio que nos separa de los que ya se han ido.

    ResponderEliminar
  7. Si en vez de estar esa casa sobre el Tajo estuviera en el Darro, podrían haberle llamado como a esta.

    ResponderEliminar
  8. Y si hubiera estado a orillas del Nervión, el nombre hubiera sido este.. Si es que ya digo yo, que el agua tiene sus cosas también...

    ResponderEliminar
  9. Lo cierto es que, independientemente de la estructura y ubicación de la casa, el tal diamantista es un joyón para rebuscadores en el pasado, como es tu caso.

    Un tipo mañoso y creativo, don José. Esa diadema real que porta la oronda Isabel II en algunos retratos es una maravilla... Pero es que, además, ese toquecillo rufianesco del joyero tiene su atractivo. ¡¡¡Escamotearle el tesoro royal a España en beneficio de Francia y convertirse, previo pago, en antipatriota!!! 8-)
    Todo un personaje.

    Salud.

    P.S.- ...y gracias por el apaño en las provisiones.

    ResponderEliminar
  10. Un joyón que más parece salmón o barbo, por lo que se escurre de las manos, que piedra a la que ya se pueda empezar a tallar. Quizá eso es lo que le hace también interesante.

    Veo agradecido que has profundizado en el personaje. Lo del escamoteo tiene su explicación, paralela seguramente a que si empezó haciendo coronas para la reina tinaja, terminó en estrecha relación con lo más republicano del lugar... Así es, todo un personaje lleno de aristas, claroscuros y extensas lagunas...

    Salud!

    ResponderEliminar
  11. Precisamente, merced a la curiosidad por el personaje de tu escrito y buscando fotografías actuales de esa excelente edificación, descubrí que el diamantista y yo ya nos conocíamos, aunque no fui consciente de ello hasta que leí que el tal José Navarro era el durmiente protagonista de la leyenda de los duendes que fabricaron la corona isabelina... C'est-à-dire, que si regresas con nuevos hallazgos seré todo ojos.

    ResponderEliminar
  12. Regresaré con nuevos hallazgo, palabra, que tengo unos cuantos guardados para otro momento, y la esperanza de cerrar la investigación en cuanto pueda dedicar unos cuantos días a visitar un puñado de archivos. Además, está lo del tal Pedro de Onara que, en cierto modo, es otra cosa, aunque tenga mucho que ver con nuestro José Navarro...

    Conocías la leyenda de la corona por lo que me parece entender... Lo cierto es que no necesitó de duendes y magias para hacer de aquella parte de su vida un episodio sorprendente.

    Salud!

    ResponderEliminar
  13. El toldo movido por el viento parece una vela de gavia.

    ResponderEliminar
  14. El toldo, movido por el viento, parece una vela de gavia.

    Me corrijo antes de que lo hagan otros.

    ResponderEliminar
  15. Por enmendado le damos. Buen viento.

    Salud!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Yva Richard

Un día como el de hoy

αέρα στα πανιά μας