Ocurre que a uno la curiosidad le lleva allá por donde ella quiere, sin reparar en el camino que me había trazado, desdeñando intereses, deberes o conveniencias, para conducirme por senderos que apenas se mencionan en los itinerarios, y por los que al final -tras olvidar el extravío merced al hallazgo de un hermoso arroyo, una bella panorámica o el desconocido canto de un ave-, termina uno siempre encontrándose con una interminable pared rocosa que le despierta de sus ensoñaciones, maldiciendo los hados que le han hecho salirse de su ruta y perder el tiempo en tan yermos entretenimientos. Para que esto suceda, es condición necesaria, aunque no indispensable, que uno tenga tiempo. Y esto sólo ocurre cuando se está de vacaciones -que no es mi caso-, fin de semana -que tampoco lo es-, fuera del trabajo -no-, o en ese particular estado de relajo al que un amigo visitante de esta casa le dio la denominación genérica de “ausencia del jefe”. Pues bien, estando yo en esta última ci...