Zibaldone

Venecia. Fines del siglo XIV. Es uno de aquellos excepcionales días en los que la actividad en los puertos es mínima. No hay apenas movimiento de mercancías. Tampoco parece que se pueda conversar con los viajeros que van arribando a la ciudad para tener noticias del exterior, por el simple hecho de que no ha llegado nadie. ¿Qué se podía hacer? Alguien, un mercader anónimo, decidió tomar entonces un cuaderno que descansaba en las estanterías junto con los más voluminosos libros de cuentas, inventarios y contratos. Se sentó a la mesa de trabajo, y comenzó a pasar páginas revisando lo que había escrito hasta entonces en él. Había de todo: cálculos sobre el tamaño de un extraño árbol del que le ha hablado un viajero procedente del corazón de Asia, la estimación del tiempo que se tarda en llegar a Roma, listados de especias, chafardeos sobre las intenciones de sus enemigos los genoveses, observaciones astronómicas y apuntes geográficos que iba tomando de este o aquél marinero que se había e...