Maat

Era el final de una tarde verano de un día como el de hoy. El sol pasaba ya bajo, dejando sobre aquel lugar un hermoso tono dorado que invitaba a nuestros sentidos a dejarse abandonar en una placentera indolencia. Tumbados en silencio en un pequeño prado a orillas del Carrión, sólo nos ocupábamos en escuchar al agua del río moviéndose con frescura, y empujando de vez en cuando a algún canto que en su fondo había perdido un equilibrio que quizá llevaba manteniendo desde hacía décadas. A un lado la brisa, que corría por el cauce sobre las aguas, agitaba suavemente un juncal haciendo un efecto muy agradable que a nosotros se nos antojaba casi sobrenatural. - Maaaaaat- exclamábamos los dos en tono divertido cada vez que esto ocurría. Aquél día, como todos, lo habíamos pasado rondando por el pueblo, saltando zanjas, corriendo dehesas y huyendo de más de un paisano que maldecía la mala fama que el Martinico y el forastero se habían forjado a base de merodear gallineros y huertos ajenos. A ...